Toda la vida uno se está preparando para un momento, y cuando llega, uno se cree que no está a la altura.
Y así me veo yo. Sumido en la más terrible de las desesperaciones, en la angustia más absoluta, ya que mi elección determinará demasiadas cosas, y no debo tomarla a la ligera.
Intentaré explicarlo en función de mis preferencias, y cada uno que luego aplique su propio criterio.
Todos sabemos lo que supone una auténtica mesa de juntas.
Desde que Bruto le asestase a Julio César la puñalada mortal (la decimotercera, por cierto) y éste exhaló su último aliento en con las palabras "Tu quoque fili mi?", todos sabemos que una mesa de juntas apropiada te puede salvar la vida.
Y una vez puestos en antecedentes, pasemos a lo que hoy nos compete.
Una mesa de juntas tiene muchos usos. En algunas ocasiones sirve para la reunión de una serie de cabezas notables (que bien pueden ser dos), en la que mediante una discusión apasionada llegan a conclusiones trascendentes que sirven en la buena o mala marcha de la empresa, sea cual sea su naturaleza.
Otras, para simplemente estar juntos. De ahí su nombre.
Normalmente, y para evitar la lucha de egos, el concepto de mesa redonda es abandonado.
Hay, sin embargo, mucho snob que sigue pensando que la estética prima sobre la utilidad, o incluso simplemente acuden al círculo por ir de “retro”.
Pero no, se necesita una mesa rectangular, para dejar clara cual es la jerarquía. Y además, un cuerpo tumbado en una mesa circular se asemejaría más a un canapé en una bandeja que a un verdadero objeto de deseo.
Centremos nuestra atención sobre las mesas rectangulares, y desechemos la idea de la mesa de cristal. Se mancha muy fácilmente, y si con apoyar los dedos ya se estropea su aspecto puro, no hablemos ya de apoyar los muslos. Además, corre el peligro de romperse, y resulta muy fría.
Luego están esas mesas tipo:
Muy futurista y molona, pero en cualquier momento te cierran las puertas y te gasean, y ¡Ay de ti como intentes escapar! Te mandarán a los DroideKas.
Descartada.
El tamaño depende de una cosa: el número de miembros. Pero como esto suele ser algo fijo, mejor pensemos que es cuestión de cómo los uses. Vamos, dependerá de la pasión de cada uno. Los hay que se quedarán al borde, y los hay que preferirán aventurarse hasta el núcleo de la mesa.
Ésta, por ejemplo, resulta inefectiva, ostentosa, e inútil.
Luego las hay con aire más clásico, pero corres el peligro de que Himmler entre a explicar su Solución Final en la cúspide del éxtasis, y eso es suficiente para cortarle el royo a cualquiera. Además, los cuadros distraen la atención.
Algo así como:
Personalmente prefiero una mesa de madera oscura, y bien maciza. Una de esas que te mira y te dice: “Aquí estoy yo con mis cojones”. Las sillas la verdad es que importan poco.
Pese a que la habitación, el suelo, el cuadro, y el ventanal ese me parecen esperpénticos, la mesa me ha gustado mucho. No pasa de moda, pero tampoco parece fuera del tiempo. Es una mesa con personalidad. Y bonita, sencilla, pero no simple. Ese tono oscuro color caoba. Perfecto para una piel morena.
Sin duda, es la que más me ha gustado de las que he visto ultimamente, pero soy un tipo con unas preferencias poco definidas, así que a la mínima que empiece a dudar..
Tal vez le añadiría metro y medio más, y dos centímetros de grosor, pero debemos ser nosotros los que nos ajustemos a la mesa. No hay que intentar cambiar lo que es bello por naturaleza.