Todo esto que voy a contar ocurrió de verdad una mañana estando con mi novia de calentón los dos solos en mi casa.
Era el momento y el lugar nos íbamos a disponer a celebrar el coito. Estaba cachondo cual burro y de ella brotaba una desmesurar cascada de su entrepierna mientras le metía el dedo.
Me dispongo a meter mi falo, más erecto que un garrote pues ya habían acabo para mi los preliminares y quería meterla en caliente cuanto antes, comienza el festín del mete y saca un no parar de sudor y placer que se alarga una media hora. Sus gemidos eran la gasolina que me daba fuerzas para seguir bombeando entre sus piernas hasta que ella aprieta las paredes de la vagina, se disponía a correrse, era mi momento también, pienso.
Nos corrimos los dos a la vez, fue perfecto el festín había terminado quedamos los dos tendidos uno encima del otro en la postura del misionero el sudor era evidente en nuestros rostros el cansancio aún más. Procedo a echarle mano a mi rabo ajeno a lo que iba a encontrarme.
Asustado veo el condón manchado de sangre le pregunto si es que tenía la regla, ella contesta que no, que le tendría que llegar dentro de poco y en efecto le había llegado la regla justo en aquel momento. Pensaba que solo había quedado en una simple mancha en mi polla y no le di importancia al asunto cuando no fue así.
Nos levantamos de la cama y la carnicería queda descubierta. Las sábanas estaban completamente llenas de manchurrones y salpicaduras de sangre que se extendían a lo largo y ancho de la cama, quedamos los dos perplejos, contemplando aquella escena. Me llevo las manos a la cabeza cagándome en Dios y en todos los Santos pues la cama no era la mía, si no de mis padres.
Nos apresuramos ella y yo rápidamente a limpiar tal carnicería, miro el reloj, todavía queda tiempo para que lleguen mis padres, pienso. Llevo las sábanas a la lavadora la pongo en programa de lavado corto regreso a la habitación y todavía quedaban restos por el suelo y las paredes. Pienso en el polvo y lo salvaje que tuvo que haber sido para que toda la sangre tuviese que salpicar más allá de la cama.
No doy crédito ni mi novia tampoco ella estaba ruborizada, desnuda en un lado de la habitación echándose las culpas por lo sucedido, le dije que no tiene importancia que aún teníamos tiempo para limpiarlo todo.
Nos ponemos manos a la obra, limpiamos las paredes y el suelo, no nos llevo mucho tiempo con un paño mojado resulto fácil quitar las manchas de sangre aún frescas.
Termina la lavadora, meto las sábanas a la secadora, termina la secadora. Faltaba poco para que mi madre viniese del trabajo. Me apresuro a poner las sabanas, a hacer la cama y dejarlo todo como estaba. Era increíble, todo había quedado como antes, nos damos un abrazo mi novia y yo pensando en lo mal que lo habíamos pasado creyendo que nos descubrirían con todo manchado de sangre.
Por suerte solo quedó en eso, en una mera anécdota a la que algún día contaré a mi hijos y nietos.