Hace ya tiempo que Panín murió, no obstante, su halo de sabiduría eterna ha calado en todos sus seguidores para que sean los encargados de abrir los ojos a un mundo dominado por el borreguismo y las residencias para ancianos.
En uno de mis viajes ácidos, tirado en el salón, tuve un insólito flash back (con efecto blur incluido) sobre la guerra de Vietnam. Hasta aquí todo bien, siempre me han gustado las películas de guerra y me mola ver morir charlies; por lo que me sentía como un crío pasando por entre los cuerpos calcinados por el Napalm y las mujeres violadas. Estaba disfrutando de la experiencia, con la percepción al máximo para no perderme ningún detalle del espectáculo. De pronto, a lo lejos, divisé una piedra de color blanco, con pies y gorro de comunista; me empezó a hablar en un idioma muy extraño y parecía amigable, pero estaba tan alienado por la experiencia que no se me ocurrió otra cosa que correr hacia él y darle una patada.
La piedra (llamémosle Og a partir de entonces, no porque vayamos a hablar de él en un futuro, sino porque mola el nombre) impactó a gran velocidad contra un enorme trozo de estiércol creando un vórtice que empezó a succionar todo lo que estaba alrededor. No opuse resistencia, pues siempre he querido meterme dentro de un vórtice para saber qué hay en el otro lado…
Pues no había nada, oscuridad absoluta, un mundo lleno de negritud y soledad. Parecía flotar en el vacío, los miembros me respondían, me toqué para cerciorarme de que no me había convertido en un ente fantasmal sin manifestación física. No obstante, tengo un pavor absoluto a no tener el control de la situación, así que, obstinado, no se me ocurrió otra cosa que gritar y gritar mientras ideaba una manera para salir de ahí. No hizo falta, pues a los pocos minutos mi cuerpo empezó a estirarse, el dolor era insoportable. Sentía brutales pinchazos en la sien mientras se vislumbraban las más importantes escenas que acontecieron a la humanidad: El nacimiento del ser humano, el descubrimiento de África, la creación del VIH, la peste negra…
Adolf Hitler tenía razón, no hay duda de que existen razas cuyas características son superiores al resto y está destinada a sojuzgar el devenir de la humanidad. Y ésa es, irrefutablemente, la raza negra.
Así es, los seres negroides, esos seres que pululan anónimamente por las calles y salen de adorno en cualquier película taquillera de Hollywood han sido bendecidos por alguna entidad divina y hay quien piensa que son una manifestación del Mesías de la única religión verdadera, el judaísmo (esto explicaría la extraña afición de los caballeros de crucificar a estos milagrosos seres; qué manía de acabar así con todos los Mesías).
¿Por qué son la raza superior? Os preguntaréis. Pues muy sencillo; son una raza que ha soportado grandes esfuerzos físicos a lo largo de la historia, muy habilidosos en la construcción y siempre pidiendo poco a cambio; muy inteligentes, hecho demostrable gracias a que se conoce a ciencia cierta que no han hecho ningún descubrimiento científico hasta que conocieron la lectura, pero en cuanto ésta llegó a ellos y fueron educados se abrieron las puertas a miles y miles de descubrimientos y el progreso en la ciencia fue exponencial. La mayoría de ellos son humildes, se conforman con poco dinero y llegan incluso a darnos todo el capital de sus países para que nosotros, los más blanquitos, podamos tener más comida en nuestros platos. También son versados en la navegación, pueden cruzar un mar con apenas un barco hecho con troncos, lo cual demuestra una vez más que son inteligentes y nacen con ciertas aptitudes naturales, porque nadie sabe recoger algodón como ellos y, para qué negarlo, también saben bailar mucho mejor que nosotros. Por no hablar de su espíritu guerrero, apenas armados con unos machetes fueron capaces de conseguir unas cifras de muertos brutales y todo para acabar simplemente con gente que era del mismo color pero controlaba buena parte de los recursos, esto viene a demostrar que no son para nada racistas y su sentido de la justicia predomina sobre cualquier otro. Por si fuera poco han desarrollado una resistencia natural al sol y pueden soportar las más duras condiciones climatológicas.
Y ahora es cuando pienso en todos los negritos que, aunque de forma indirecta, han hecho mi vida más llevadera y feliz. Gracias a Steve Urkel por ser mi único amigo durante la infancia; a Martin Luther King, excelente cómico y protagonista durante meses del podio de America’s Funniest Videos; a Kunta Kinte por hacerme ver que pueden existir nombres más patéticos que el mío; a War Machine por enseñarme que lo que verdaderamente importa no es lo que eres, sino lo que aparentas ser; a Bill Cosby, por enseñarme a respetar al hombre blanco; a Idi Amin y Papa Doc, grandes hombres que nunca renegaron de su sueño de dirigir las riendas de sus respectivos países; a Gary Coleman, por enseñarme que el tamaño no importa; y sobre todo, gracias al negrito gordito que sale en los anuncios a la hora de comer, porque gracias a él me sabe mejor la comida.
Creo que estamos en deuda con esta raza, un pueblo que desde que nos conoció siempre se ha preocupado por nosotros sin pedir nada a cambio. Ha llegado la hora de agradecerles lo que han hecho por nosotros. Y tú, ¿A quién quieres dar las gracias?