A un año de los atentados, el homenaje en memoria de los 13 fallecidos en los atentados de Barcelona y Cambrills saca a relucir la división en la sociedad española. En un evento pactado para que el jefe de estado tuviera un papel invisible y no apareciesen símbolos nacionales, la tensión ha aparecido en cuanto las dos españas se han juntado en la calle.
No podemos negar que había un intento de buscar la tensión por una parte de la población que usa un acto para las víctimas para su guerra personal, la lucha por provocar y tensionar a la otra parte de la sociedad de manera sistemática y organizada con el fin de convertirse en víctimas y de esa forma dar alas a su discurso.
Una tensión que recuerda a una vieja europa y a una vieja España que parece que por mucho que pasen los años no va a cesae su propia vountad de dividirse y autodestruirse.
La ideología tiene un segundo plano. El problema es la existencia de un totalitarismo instaurado en las instituciones de barcelona que defiende provocar y tensionar y dividir a la población, dopado irresponsablemente por unas autoridades que ya parecen rehenes del monstruo han quedado.
La tensión no se va a esfumar sola pero no se puede dar cancha a este tipo de fascismo por miedo a ofender o a provocar. Es el totalitarismo el que provoca y tensiona. El fascismo es cobarde y rastrero y busca todas las vías para internarse en las instituciones y desde ahí ganar poder para catapultar su ideología contando con que su victimismo hará que una parte de la sociedad permanezca de lado.
Esto ya no va de ideologíaa ni siquiera va del bien y del mal. Esto está por encima del bien y del mal. Porque una vez un fascismo se instaura ya no caben relativisnos y valoraciones. Sólo hay una realidad, un objetivo y un discurso.
España tiene que despertar y combatir al monstruo que ella misma ha quedado antes de que sea demasiado grande y lo engulla todo