La ciudad de Alepo se va vaciando conforme los ataques se extienden por sus barrios. Unas 200.000 personas han abandonado la ciudad más poblada de Siria (2,5 millones de habitantes) desde que los rebeldes del Ejército Libre de Siria (ELS) iniciaron el asalto hace ya 10 días. La huida no ha sido, como en otras ocasiones, un movimiento homogéneo y visible de miles de personas desplazándose por carretera, sino un goteo constante de familias que han ido abandonando Alepo progresivamente. La ciudad es ahora un lugar prácticamente deshabitado. “Toda mi familia se ha ido al campo, mis padres son mayores y se marcharon. Yo me he quedado para luchar pero aún no tengo armas”, decía hace unos días Ahmed, un estudiante universitario que ha pedido enrolarse en las filas del ELS.
A la fuga de los vecinos contribuye también el cierre de infinidad de comercios porque el abastecimiento de alimentos es cada vez más difícil, por no hablar de los hospitales atestados. El sobrevuelo de aviones de combate también sobre la ciudad alienta la huida de los lugareños la capital económica del país.
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La cifra de los 200.000 desplazados fue facilitada por la ONU, según los datos de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. La subsecretaria general de Asuntos Humanitarios, Valerie Amos, afirmó ayer que muchos otros están atrapados en los combates y necesitan ayuda urgentemente. “Pido a todas las partes del conflicto que aseguren que los civiles no serán blanco de los ataques”, dijo Amos.
Los civiles se están llevando la peor parte. Los continuos bombardeos sobre Alepo y los disparos de los helicópteros dejaron el domingo siete muertos, 163 en todo el país, según fuentes de la insurgencia. La cruenta lucha en Alepo ha acelerado la huida de refugiados a los países fronterizos. Fuentes oficiales de Turquía, citadas por la agencia Reuters, aseguraron ayer que en las últimas 24 horas alrededor de 600 sirios cruzaron su frontera sur. El número total de refugiados sirios en Turquía es de 43.500 desde que empezó el conflicto. El desplazamiento de los refugiados es a partir de ayer más fácil. Los rebeldes tomaron un puesto de control cerca de Anadan y eliminaron así cualquier amenaza en la carretera que conecta Alepo con la frontera turca.
Y, sin embargo, pese a que la ciudad está prácticamente vacía y de vez en cuando se ve una familia metiéndose a todo trapo en un coche y salir corriendo, también se ve a veces, muy cerca de la zona donde se producen los combates, gente tan acostumbrada a las bombas que sigue haciendo su vida normal. Un periodista brasileño de La Folha de São Paulo, que visitó ayer la zona de Furdus, vio a dos niños columpiándose en un balancín a solo un kilómetro de donde impactan los proyectiles de los tanques.
La batalla aún no ha terminado y los rebeldes tienen todavía que conquistar algunos barrios del norte para empezar a cantar victoria. Son ellos los que llevan la iniciativa. No solo han resistido la artillería de los tanques en Saladino, en el suroeste de Alepo, sino que además han tomado nuevas posiciones y han conseguido unir los extremos de la ciudad. Ahora mismo se vive una guerra de guerrillas urbana en la que francotiradores apostados en los edificios destruidos tratan de eliminar enemigos para permitir el avance de sus tropas.
Abdulnassar Hatib, un revolucionario que se hace llamar Alkhal, es el jefe de un grupo de 35 hombres acuartelados en la aldea de Marea, a 32 kilómetros de Alepo. Sus hombres han ido a luchar al este de la ciudad. “Lo más difícil para conectar este y oeste han sido eliminar a los mercenarios de El Asad, los shabiha. Pero lo hemos conseguido y ya controlamos las calles para movernos con más facilidad”, dice el líder, un tipo grueso y barbudo con un diente de oro. Alkhal pasó dos años haciendo el servicio militar pero ahí se acaban sus conocimientos bélicos. “Esto es la guerra de verdad. Y la ganaremos”, asegura. Dice que cuando empezó la revuelta estuvo tres meses viendo la situación y pensando sobre ello. Su odio a los Asad fue mayor que sus deseos de evitar la violencia. “Odiaba a Hafez el Asad porque cada vez que pasaba por una calle que tuviera un retrato de él, los del régimen me preguntaban que quién era ese de la foto. Y tenía que decir que era mi padre, si no quería tener problemas”.
Alkhal habla de partidos, de democracia, de justicia para los prisioneros y de respeto a las minorías. “Los cristianos se sienten más reacios a unirse a nosotros porque tienen miedo. Pero pronto verán que no hay nada malo y que podemos convivir. Nos apoyarán”, dice.