Hablar de Monte Arruit es hablar de la colonización de Marruecos. En el año 1906, en plena carrera europea de colonización de África, Francia y España negociaron con Alemania y consiguieron el protectorado compartido de Marruecos. En el caso de España se trataba en realidad de una especie de subprotectorado, una cesión por parte de Francia de la administración colonial de una franja del norte del país.
El sultanato de Marruecos en su conjunto había quedado en 1912 bajo dominación francesa merced al Tratado de Fez, culminándose así varios años de paulatina penetración colonial en el país magrebí. Francia cedió a España la administración de un 5% del territorio marroquí, unos 20.000 km² que incluían la región montañosa de El Rif.
Pero vayamos al conocido como desastre militar del Monte Arruit. Unos 30 km al sur de Melilla se sitúa el Monte Arruit, un nombre que a la mayoría de españoles de hoy no les dice nada, pero que para los de antaño se convirtió en sinónimo de masacre. En agosto de 1921 la España de Alfonso XIII se encontraba en plena campaña de conquista de la región marroquí de El Rif. La campaña, mal planificada y peor ejecutada, se saldó con más de 13.000 soldados españoles muertos, en una de las derrotas más traumáticas y humillantes de la historia del país.
El general Navarro fue el encargado de ir al encuentro de los hombres que escapaban de Annual e intentar reorganizarlos. Tras seis días de agotadora marcha, los restos de la columna alcanzaron las murallas de Monte Arruit, donde se refugiaron y prepararon la defensa ante un inminente asalto del ejército rifeño. A pesar de estar a tan sólo 30 Km de distancia del fuerte de Melilla, el Monte Arruit estaba totalmente aislado de ayuda española, enteramente abandonado a su suerte.
Con la moral por los suelos, atendiendo a centenares de heridos y sin agua ni víveres, los defensores de Monte Arruit dependían enteramente de los suministros que pudieran lanzarles desde aviones provenientes de Melilla, pero los envíos casi siempre caían fuera del alcance de los sitiados.
Con Monte Arruit sitiado por los rifeños, Navarro tuvo constancia de que ningún ejército iría a socorrerles. El nueve de Agosto la situación era tan insostenible que Navarro pactó la capitulación del fuerte.
Rescatado del olvido
Hecho este preámbulo nos desplazamos a la primavera de 2012, en las excavaciones en lo que fue el fortín de Monte Arruit donde apareció el cuerpo momificado de un soldado español. Según arqueólogos y antropólogos, las condiciones climáticas de la zona han hecho posible la buena conservación del cuerpo, pertenencias y restos del uniforme.
Entre sus objetos destacaba una pitillera de cuero y metal con las iniciales P.G., una foto de una mujer joven, una pequeña moneda de plata con la efigie de Alfonso XIII y una extensa carta todavía legible. Todos los indicios, y sobre todo por el lugar del hallazgo y datación de la carta, apuntan a que este hombre fue una de las víctimas de la matanza acaecida el 9 de agosto de 1921 en Monte Arruit.
Los investigadores quedaron asombrados al leer la carta que portaba este soldado. El papel amarillento, dos páginas plegadas por la mitad estaba metido en un sobre. Los datos personales no han sido revelados por las fuentes investigadoras. En el sobre se dice (omitimos apellidos y direcciones):
<<Hermano de armas, si lees esto será porque yo habré muerto. Por favor, cumple la última voluntad de este soldado español que ha caído por la Patria y haz llegar esta carta a María […] que vive en Málaga en la calle […]. Sus padres se llaman Manolo y Antonia.>>
Y a continuación esta es la emotiva carta del soldado:
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Mi dulce María, nunca pensé escribir esta carta, pero lo preocupante de la situación me lleva a ello. Llevamos días atrincherados y defendiendo Monte Arruit, apenas tenemos agua y comida. Los moros nos cercan y nos hacen fuego, cada día tenemos nuevas bajas, ya sea por causa enemiga o por efecto del calor, y no tenemos medicamentos ni medios de asistencia sanitaria.
Según dicen, el General Berenguer le ha prometido a Navarro que mandarán refuerzos desde Melilla, pero la ayuda nunca parece llegar. Hay descontento y pesar entre los hombres aquí. Hay rumores fiables de que se negociará la rendición de la plaza, pero no sabemos mucho más al respecto. No sé qué pasará, hemos pasado muchas penurias en esta maldita guerra, pero como la de Monte Arruit no la he vivido. Ya se sabe como actúan los moros y tengo mucho miedo por lo que pueda pasar, estamos prácticamente a su merced y no creo que podamos resistir mucho más el hostigamiento al que nos someten.
En el campamento tratamos de animarnos los unos a los otros; por su parte, día tras día, los oficiales nos recuerdan lo que implica ser un soldado español con arengas patrióticas, pero lo que más nos reconforta, dentro de lo que se puede, es la camaradería que hacemos todos en estos difíciles momentos.
La verdad que no sé por qué te estoy contando esto, supongo que por egoísmo al desahogarme con este papel. No quiero robarte más líneas, ya que esta carta es para ti: la dulce niña de mis ojos, mi morena, mi malagueña, mi razón de vivir, mi anhelo, la estrella que me guía en las noches, la única persona por la cual suspiro día tras día y me reconforta pensar que pronto te veré, que pronto te abrazaré, que pronto te besaré y que pronto me casaré contigo. Dios sabe lo mucho que te quiero.
Aún me acuerdo de la primera vez que te vi, con aquel vestido azul, tu pelo negro azabache recogido en un coco, esos ojos verde esmeralda que son capaces de cegar más que este sol africano y convertir a cualquier hombre en estatua de sal con sólo regalarle una mirada tuya. Me acuerdo de la canasta de mimbre llena de pescado que llevabas pues venías del mercado y como yo, apoyado en la pared de la calle de mi casa, quedé absorto ante tu belleza. Te eché un piropo cuando pasaste por delante mía, no pensé que me hicieras caso, ya que tal hermosura tiene que estar acostumbrada a que te los digan, pero giraste tu preciosa cara, me miraste y me sonreíste. Bendito piropo aquel. Te pedí acompañarte a casa para hablarte por el camino y me lo permitiste.
Desde entonces fuimos inseparables, me costó que tu padre me aceptara, pero ya sabes que la insistencia siempre ha sido mi virtud. Aún me tiemblan las piernas cuando me acuerdo de aquel primer beso que te robé en la puerta de la casa de tu tía, se nos paró el mundo alrededor en ese instante. En fin, hay tantas cosas que podría contar…
Seguro que mientras lees esto estás esbozando una sonrisa. En estas líneas que llevo hablando de ti se me ha olvidado momentáneamente todo lo que estoy pasando aquí. Siempre serás mi mejor medicina y el remedio de todos mis males. Ya sabes que al comienzo de esta carta te dije que nunca pensé escribirla. Es de despedida, mi amor. Si recibes esta carta será porque yo ya no estaré.
No quiero ser egoísta y por ello te pido que no me guardes luto, que no te apenes por mí, que rehagas tu vida lo más pronto posible y que no me eches en falta pues yo siempre estaré contigo en cada momento de tu vida. Que seas muy feliz y que hagas realidad todos tus sueños, ya que los míos se cumplieron cuando me dejaste amarte. Quiero que sepas que mis últimos pensamientos son para ti y que siempre te querré y cuidaré allá donde esté.
Monte Arruit a 8 de agosto de 1921.
De tu soldadito, Pedro.
El 9 de agosto el general Navarro parlamentó la entrega de Monte Arruit con los jefes tribales: los españoles entregarían su armamento y a cambio se les permitiría retirarse a Melilla. Así se hizo: los soldados se deshicieron de todas sus armas y salieron en columna alineándose a la puerta del fuerte junto con heridos y demás habitantes de Monte Arruit, preparados para la penosa marcha hacia Melilla.
Sin embargo, los rifeños no respectaron el pacto y se lanzaron furiosamente contra sus enemigos desarmados produciéndose una salvaje matanza; apenas hicieron prisioneros pues sólo 60 lograron sobrevivir, y sobre los restos del campamento quedaron más de 3.000 cadáveres, secándose al sol muchos de ellos despedazados. Allí permanecerían durante meses, hasta que la zona fue de nuevo recuperada por el ejército español.
A veces el destino y la suerte se unen aunque demasiado tarde. No ha sido fácil, según revelan los investigadores, pero se pudo localizar a los familiares de la destinataria, María.
Antonio, un nieto de esta mujer, ha contado que su abuela, aunque se casó años después de lo acontecido en Monte Arruit, siempre tuvo en su mesita de noche la foto de un joven soldado con un rosario sujeto en la esquina del marco. Durante muchos de años, incluso ya casada y con hijos, día tras día acudía al puerto de Málaga con la esperanza de que llegara el barco que habría de traerlo.
Según afirmaciones de Antonio «mi abuelo siempre respetó a mi abuela y supo que jamás ocuparía el puesto de aquel primer novio. No obstante, fueron un matrimonio feliz».
María falleció en 1987, a la edad de 85 años. Pidió ser enterrada con la foto de su primer amor y el rosario entre las manos, lamentablemente no pudo leer esta carta.
Quisiera con estas líneas recordar, para que los tengamos muy presentes, a todos los soldados españoles que cumplen su servicio lejos de sus familias y que estas pasadas fechas navideñas han estado y están lejos de sus familias y personas amadas.
fuente:https://notin.es/curiosidades/la-carta-de-despedida-de-un-soldado-espanol-en-africa/