Xabier Benito Ziluaga es eurodiputado de Podemos. Miembro de la Comisión de Industria, Energía e Investigación del Parlamento Europeo
Hace unas semanas se produjo una filtración masiva de documentos sobre el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, en sus siglas en inglés), que negocian en secreto la UE y Estados Unidos; dicha filtración, conocida como #TTIPleaks, desmontó en parte la estrategia de secretismo de la UE para firmar este tratado con el Gobierno norteamericano. La gente puede leer ahora de forma directa muchos de los documentos que antes sólo podíamos conocer los eurodiputados consultándolos en una sala de lectura con exageradas medidas de secretismo y sometidos a cláusulas de confidencialidad. Con todo, y pese a la filtración, la cuestión energética que implica este tratado es un apartado del que se habla poco a pesar de que está jugando y jugará un papel importante en las negociaciones del TTIP. De hecho, ya se conocen suficientes detalles como para poner la alarma.
Actualmente, la UE es el mayor importador de combustibles fósiles del mundo. Su dependencia de terceros países es exagerada: el 88% del petróleo, el 66% del gas natural, el 45% de carbón y el 95% del uranio. Principalmente, este gran volumen de importaciones se hace desde regiones como el Golfo, el mar Caspio o Rusia, de donde vienen más del 30% de nuestras importaciones de gas y petróleo. Con estas cifras y estos lugares de origen tan sumamente inestables sobra decir que el suministro energético de la UE es frágil e inseguro. Solventar esta inseguridad es uno de los principales objetivos del mandato de Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea (CE).
El proyecto de Unión Energética de Juncker basa principalmente su plan de seguridad energética en diversificar las fuentes de combustibles fósiles desde distintos puntos del mapa, buscando así alejarse de la dependencia de Rusia.
Es cierto que las fuentes renovables ocupan un lugar, pero un lugar en la retórica. En la práctica son un objetivo secundario en cuanto a cantidad de esfuerzos y recursos económicos que se están dedicando a su implementación. Su papel es relegado a lo subalterno: se prioriza la implementación de unas estructuras gasísticas que, en principio, servirían de apoyo a las fuentes renovables.
Para lograr esta diversificación de las fuentes, se crea un gran mercado interno de gas y electricidad conectado a distintos puntos del exterior a través de kilométricos e imposibles tentáculos geoestratégicos en forma de gaseoductos, como el South Stream Corridor, que iría desde Azerbaiyán hasta Italia.
Frente a esta problemática aparece como otra posible fuente de energía el acuerdo comercial con Estados Unidos. Por eso, en las negociaciones del TTIP se incluye un apartado sobre “Energía y materias primas”.
No son suposiciones. En un documento filtrado sobre la postura de la UE en esta materia, se manifiesta el interés de ésta por liberalizar la exportación de combustibles fósiles de Estados Unidos. De hecho, EEUU ya hizo un guiño a finales del año pasado al abrir las exportaciones de petróleo tras 40 años de prohibición para limitar su exposición a las crisis de precios internacionales.
Esta apertura es debida también al aumento de la extracción en Estados Unidos a través de “técnicas no convencionales” como el fracking: la producción de crudo estadounidense pasó de 5 a 9,4 millones de barriles diarios entre 2008 y 2015 (un incremento de 80%), según la Agencia de Información Energética del Gobierno.
Ante estos dos panoramas, es de suponer que la UE está altamente interesada en hablar de energía en el TTIP. En dicho documento filtrado (anterior a la apertura de exportaciones) se explica cómo, de momento, EEUU no se ha mostrado muy interesada en estos temas, pero cabe suponer que al final de la negociación supondrá una valiosa carta de intercambio: ¿energía por denominaciones de origen?, ¿energía por tribunales de arbitraje privados…?
Estados Unidos es un aliado más estable para la UE que las alternativas que se plantean al Este del mapa. Sin embargo, la separación física de ambos continentes conlleva un gran problema. Es cierto que el transporte de petróleo y gas en barco es posible técnicamente (de hecho, actualmente ya importamos petróleo no convencional desde Canadá, las conocidas arenas bituminosas extraídas de kilométricas minas a cielo abierto en la región de Athabasca), sin embargo, este método dispara los costes enormemente y en una situación como la actual de baja en los precios no resulta del todo rentable.
Ante esto, el texto filtrado al que nos referimos trata también la cuestión del fracking proponiendo la apertura de explotación de las reservas de gas de esquisto en terreno europeo “en igualdad de condiciones” tanto para las empresas europeas como para las norteamericanas. Y es que, hablar de seguridad del suministro de la Unión Europea mientras seguimos basando nuestro modelo en los combustibles fósiles es hablar o de un sueño irreal, o de la extensión del fracking en Europa.
Por lo tanto, aunque el fracking, es decir, la técnica de la fractura hidráulica, sea ahora mismo una cuestión que parece dormida, una nueva subida en los precios y un avance en las negociaciones del TTIP despertarían este monstruo nuevamente.
De la misma forma que debemos parar el TTIP porque apostamos por un comercio justo y respetuoso con los distintos países y los derechos humanos, también debemos pararlo porque apostamos por una transición energética y económica hacia un modelo basado sobre energías renovables, que mire al futuro sin ponerse fechas de caducidad tanto por agotamiento de las reservas mundiales de combustibles fósiles como por colapso social y climático.
Una era basada en la emisión de carbono como forma de desarrollo está muriendo inevitablemente y tiene que dar lugar a una nueva etapa de optimización de la energía y de producción sostenible.
http://www.lamarea.com/2016/05/29/la-defensa-modelo-sostenible-verde-ante-los-peligros-energeticos-del-ttip/