Orinando tras un transformador de la luz, ejercía la protección justa e ideal para ofrecer la intimidad que cualquier hombre necesita para cumplir con sus necesidades urinarias.
Mientras orinaba un gato se acercó a mis piernas maullando, se comenzó a retorcer debajo de mi a la vez que yo intentaba no mojarle con mi orín para, así, no asustarle.
Fue cuando ya me estaba abrochando el cinturón cuando Giovanni llegó. Me dio un ligero empujón, sin duda con afán amistoso, terminé de ajustar mi cinturón, me di la vuelta y le di un abrazo.
Una copa, dos copas, el aire del garito estaba viciado. Giovanni se reía de sus propias anécdotas mientras mi estómago se dirigía a mi esófago en vomitivo afán. ¿Una noche más?
Miré por la ventana del local, en la fría noche distinguí al gato de antes, miraba desde el exterior, y entonces creí esbozar en su rostro una sonrisa.
Me esforzaba por sostenerme sobre un quita miedos. Giovanni empezaba a impacientarse, comenzó a tocar el claxon de su coche. "¡Qué te den por culo" - Grité. Fue suficiente para oír como su coche arrancaba dejándome atrás, mis intestinos querían escapar dirección al asfalto.
De nuevo sin rumbo, el horizonte comenzaba a teñirse de naranja, fue entonces cuando las sonrisas comenzaron a dibujarse frente a mí, sonrisas que se tornaron en burlonas risas.
No podía soportarlo, resonaban en mi cabeza como auténticos hachazos, tenía que pararlo pero estaba solo. Había olvidado todo, había olvidado tanto... Un grito, un empujón, un golpe, otro golpe.
Dejé que el asfalto sintiera mi espalda, hasta mi frente húmeda se acercó mi felino amigo. Lamió desinteresadamente las heridas que tenía en mi cara, mientras sus ojos miraban lejos de allí, a un horizonte que ya se había dibujado olvidando su niñez.