Impresiona la historia del sindicato noruego y su implicación con este tema.
- Un sindicato de electricistas noruegos visita la exhumación de la fosa de Timoteo Mendieta, en Guadalajara.
- Desde 2014 han donado 50.000 euros a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.
Un autobús lleno de electricistas noruegos viaja desde Madrid hacia Guadalajara. Pertenecen a una agrupación regional de El & It, un sindicato del sector eléctrico que agrupa a unos 37.000 afiliados en total. Llevan una semana en España: han estado en Marinaleda, se han reunido con CC.OO. y ahora van hacia el cementerio de Guadalajara. Allí les espera una fosa de la que, a día de hoy, se han exhumado 17 cuerpos. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica espera que uno de ellos sea el de Timoteo Mendieta, aquel hombre fusilado en noviembre de 1939 por ser presidente de la UGT en su pueblo, Sacedón y cuya hija, Ascensión Mendieta, cumplió 88 años en un avión rumbo a Buenos Aires para testificar en la querella argentina contra los crímenes del franquismo.
El día anterior, esta agrupación regional del sindicato, que cuenta con unos 2.000 miembros, donó 7.000 euros a la ARMH. No era la primera vez: desde 2014, diferentes agrupaciones de El & It han donado alrededor de 50.000 euros a la asociación. “Si lo divides entre 37.000, no es mucho dinero”, dice uno de ellos.
¿Qué hace que un sindicato noruego done dinero para exhumar las fosas del franquismo? Varias razones. Una de ellas es Henning Solhang. Henning visitó España por primera vez en 1979: le impresionó la impronta del franquismo en la sociedad y supo “que no podía entender este país”, así que empezó a leer todo lo que caía en sus manos sobre España. En 2013, volvió con varios directivos del sindicato y organizó un encuentro con la ARMH. Después de ese encuentro llegó la primera donación. Otra razón es Willy Davidsen, un célebre sindicalista que, durante la Guerra Civil, luchó en las Brigadas Internacionales. Uno de sus hijos, Jan Davidsen, fue el secretario general de uno de los sindicatos más importantes del país. Para muchos de estos sindicalistas, la relación con la Guerra Civil es genealógica: lo que sus antepasados aprendieron en las Brigadas Internacionales les sirvió después para liberar el país de la ocupación nazi, dicen. Y también: “hay quienes piensan que no se puede hacer nada contra el fascismo, pero la Guerra Civil española prueba que sí”.
Para la mayoría de estos hombres –el sindicato es casi exclusivamente masculino, sólo un 3% son mujeres–, esta es su primera vez en España. Salen poco de Noruega. Llevan medio año organizando este viaje, es decir, leyendo y aprendiendo sobre historia española. En el autobús, algunos lo dicen con cierta vergüenza: que en Noruega no se estudia la Guerra Civil española en las escuelas, y que antes de empezar a prepararse para este viaje, no sabían nada sobre el tema. Otro explica que la única manera de frenar el avance de la extrema derecha en Europa es comprender lo que el fascismo fue capaz de hacer en el mundo, y que por eso vienen: para ayudar a que se sepa la historia. Oevind Wallentinsen, secretario general de la agrupación, estuvo en Ponferrada hace un par de años visitando el laboratorio de la ARMH. Se quedó impactado con “lo que Franco hizo a la república” y es también gracias a él que se ha organizado este viaje –el primero de la agrupación desde 1995–: porque la única manera de que esto no se repita en la Europa de la crisis es el boca a boca, decírselo a otros, correr la voz. Por eso para ellos es tan importante la ayuda económica, pero también la difusión: junto a ellos viaja, en todo momento, un periodista de Nettwerk, la revista del sindicato.
Ninguno de ellos ha visto nunca una fosa común.
Hoy hay poca gente en el cementerio, apenas las voluntarias y voluntarios de la ARMH y algunas periodistas. Marco González, vicepresidente de la asociación, les explica el contexto: en este cementerio hay unos mil represaliados, esta es la parte civil, todo eso que veis son fosas. Les dice que él no pudo encontrar a su abuelo, pero que gracias a sus donaciones, muchas otras personas sí han podido desenterrar a sus familiares. Los sindicalistas hablan de historia, toman fotos, preguntan. Y entonces se asoman a la fosa. René Pacheco, el arqueólogo, les habla desde allí abajo, a unos 3 metros de profundidad. Junto a él, un fémur, varias costillas, se adivinan dos cráneos con impactos de bala. Son los cuerpos 18 y 19.
Cambia todo. Primero está el silencio. Poco a poco los sindicalistas preguntan por el miedo, por ejemplo, preguntan por qué la gente que está trabajando en la fosa es tan joven. Sigurgir Olafsen, un hombre creyente, pregunta si no están teniendo apoyo de la iglesia, porque estas personas no han tenido un entierro digno. Pacheco le explica que, de hecho, los tiros de gracia de muchos de estos hombres los disparó el cura del pueblo, y que ese cura está enterrado muy cerca, en la parte noble del cementerio.
Poco a poco los sindicalistas empiezan a reunirse en pequeños grupos. Hablan entre ellos, con desconcierto. Sigurgir no puede comprender: “en mi país los curas son los buenos. Son hombres de dios.” Leif Egil dice “esto no es una película, es la realidad. Tengo que tratar de entenderlo”. Christopher Fageland, el más joven del grupo, “¿Quieres saber de qué estamos hablando? De que tendríamos que dar mucho más dinero.” Y, en todos, dos comentarios que se repiten: que no entienden cómo el gobierno español puede dar la espalda a todo esto y que es su deber, ahora, contarlo cuando vuelvan a Noruega. “Lo voy a poner en mi Facebook”, “Voy a escribir un artículo”, “Esto tiene que saberse, se lo voy a contar a toda la gente que conozco”. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
Cernuda comenzó “1936”, un poema sobre un brigadista internacional, con ese verso. Lo terminó escribiendo que una sola persona valía como testigo de la nobleza humana. Algo así se siente al hablar con estos hombres que no tienen ningún tipo de orgullo por haber donado dinero para realizar tantas exhumaciones —“¿Por qué deberíamos estar orgullosos de eso? Por supuesto que tenemos que ayudar”—, para los que sindicalismo es sinónimo de solidaridad —“tanto en Noruega como fuera. Somos un sindicato, y los sindicatos sirven para eso, para que la gente luche unida”.
Y eso es lo que queda en el aire cuando se van del cementerio. Que han pasado por aquí los internacionalistas; los hombres buenos. Los voluntarios y las voluntarias les aplauden. Los sindicalistas les aplauden a ellos.