Así que tenía que estar en el Hospital Universitario el martes a las 16:00.Octava planta, entre légamos y aullidos, al final de un interminable pasillo penumbroso. Psiquiatría.
Como soy pobre y estoy en paro, aunque pobreza es una palabra que no sintetiza bien mi estado, tuve que rogarle a mi primo que me prestara su bicicleta. Accedió, por fin, a cambio de que le escribiera todos los comentarios de texto que su profesora de lengua le encargase hasta final de curso.
A lomos de una bicicleta cochambrosa y oxidada arribé al edificio de la salud no sin despertar profundas animadversiones en los conductores de la ciudad. Por el camino le iba dando vueltas a varios asuntos de manera desordenada, como corresponde a mi personalidad, destacando por encima de todos mis pesares las desaveniencias que surgieron con la maestra de griego, sobrina de mi psiquiatra.
Un aciago destino se cernía sobre mi en esos momentos: la posibilidad de ser internado en un locodromo.
Me apeé de mi transporte y lo dejé apoyado en la entrada con la infundada esperanza de encontrarlo a la salida pues las condiciones del préstamo estipulaban que de perecer la bicicleta me comprometía a escribirle todos los trabajos del bachillerato y de la universidad.
A las 16:00 mi Psiquiatra, sobreveedor de mi trastorno me invitó a entrar en su consulta. Una sala aseptica ornamentada con diplomas de universidades de medio mundo y una foto de hijos y esposa. Permanecimos en silencio durante cinco minutos, mirandonos a los ojos, a las manos, yo por todas me limitaba a carraspear.
De pronto y sin mediar anuncio comenzó a gritarme. Al final de la charla insinuó que se trataba de una nueva terapia, oriunda del Japón.
Su sobrina le ha dicho de mi que estoy loco, que soy un engreido, un prepotente y un diletante. Que desde que puse un pie en su clase no he hecho otra cosa que ser antisocial, destructivo, paranoico y que mi griego es deficiente. Yo tengo mucho respeto por mi psiquiatra porque considero que es un experto en mi trastorno pero en esa ocasión le he dicho que para poder ayudarme tiene que estar al menos tan loco como yo. Se ha reido y ha dicho que soy un caso perdido. Y me ha obligado a firmar un ingreso voluntario, durante una quincena, en un sanatorio para experimentar un tratamiento.
He salido de la consulta muy entristecido con los documentos de mi ingreso. Al llegar a la entrada del hospital no había ni rastro del velocípedo.
He recorrido veinte kilometros andando hasta la casa de mi primo. Se ha alegrado mucho al verme llegar andando, estaba asomado en la ventana y pudo observarme caminar errático durante el ultimo kilometro. Me ha ofrecido entrar, vivo con ellos desde que me desahuciaron, y me ha entregado un ejemplan de El guardian entre el centeno. La noche llegó y todos se fueron a dormir, quedé yo sólo bajo una lámpara anémica leyendo y haciendo anotaciones en el libro de Salinger.
Y entonces me puse a pensar que en la misma ciudad había alguien disfrutando de un paseo en bicicleta, una maestra de griego exultante por su victoria, un psiquiatra jugando a padel y un maldito idiota leyendo la obra cumbre de los pajeros estadounidenses esperando a ser internado.
RPV: He perdido la guerra contra mi psiquiatra, la maestra de griego y mi primo quinceañero. Voy a estar internado una quincena.