Hay gente que, de soñar tanto la abundancia del miserable, acaba reproduciendo sus maneras, afirmando que nada de lo que sucede puede tener un objetivo que no sea el beneficio personal. Dicen, como pretendiendo sonar definitivos, que si Guillermo Toledo sabe que el juicio no va a llegar a ninguna parte, su actitud levantisca solo tiene como objetivo su promoción personal. No entienden que el problema no es el resultado del juicio, sino el juicio en sí mismo. No saben que hay personas capaces de situar lo que piensan justo por encima de su integridad individual. No son capaces de concebir el precio tan alto que suele pagar quien sobrepasa el límite de lo considerado razonable.
Veo al actor discutiendo con el periodista. Uno es vehemente, el otro es hábil. Uno razona el conflicto, el otro escenifica el consenso. Uno queda fuera de los límites de lo común, el otro juega con el paternalismo de quien se sabe a salvo. Es la tiranía de las buenas maneras, que por un lado son imprescindibles para no caer achicharrado, pero a la vez son cárcel de la verdad más dura. Todo lo que Toledo le dijo a Ferreras, en un memorable encontronazo televisivo, era verdad, ambos lo sabían. La cuestión es que la profesión de uno es actuar y la del otro actuar para lo pautado, eso que cuando las cosas cambian, tras mucho tiempo, se acaba contemplando con una mueca como poco de desdén.
Corrían los primeros años de siglo cuando compartí mantel con un militante antifranquista de uno de esos pequeños partidos de los que todos hemos olvidado el nombre. Pedimos vino, menos él porque arrastraba un problema de riñón de una paliza que los uniformados le dieron de joven. La conversación derivó hacia esa época y todos empezamos a quedar callados antes sus andanzas. Algunas divertidas, otras, nos pareció, heroicas. Al ver nuestro brillo en la mirada nos advirtió de que no había nada que desear en aquello. De que en la cárcel, entre el frío y la dieta de galera, el estreñimiento era tal que en ocasiones se tenían que sacar del recto las heces con los dedos. Aquello no era un juego, estas cosas rara vez se cuentan. Lo peor es que no recuerdo ni su nombre, casi ni su cara. Una persona que no saldrá nunca en los libros de historia, con una expresión de fuerte desencanto, junto a algo de tristeza y profundidad, pero nunca de cinismo. ¿Le mereció la pena?
Veo a Zaplana saliendo en un coche, más que detenido, escoltado. Alcalde de Benidorm, presidente de la Generalitat Valenciana, ministro de Trabajo, portavoz de su partido en las Cortes. Casi veinte años de cargos. Cuando se cayó del escaño fue a parar a un puesto en Telefónica y otro en Logista, antiguos entes públicos privatizados por el gabinete del que él formó parte. En la empresa de distribución ganaba casi cien mil euros al año, en la compañía de comunicaciones se desconoce. No le han amenazado con dispararle, no le fotografiaron en su vida privada, su figura no despierta una hostilidad desmesurada al aparecer en la tele de un bar. Si es condenado pasará unos meses dentro de un establecimiento penitenciario en condiciones dignas. En el cuartelillo los agentes respetarán su integridad física.
https://www.lamarea.com/2018/05/23/las-buenas-maneras-2/
En resumen rápido viendo esta parte de tu respuesta y las carencias básicas que sufres, normal que tengas esa opinión. Nada que añadir, difícil solucionar algo tan básico como la falta de educación.
Pero si has empezado cagándote en la gente en tu primer mensaje