Acabo de leer en un blog un texto que le gustará a más de uno... Ahí queda:
«Ser de derechas es fácil, basta con declararse de derechas y nadie lo pone en cuestión, aunque seas obrero y de Vallecas. Ser de izquierdas es más difícil, no basta con decirlo, tienes que parecérselo a los demás: se tiene que ver en tu ropa, en la marca de tu coche (mejor si no tienes), en el barrio en el que vives, en los deportes que practicas. Digamos que si vives en el barrio de Salamanca, te gusta cazar y conduces un coche alemán con el volante rematado en cuero, te va a resultar difícil que alguien te crea cuando dices que eres de izquierdas. Por ello, quizás debiera haber titulado este artículo, “por qué ya no me siento de izquierdas”, pues por lo que parece, ser de izquierdas no es una forma de sentir, o en mi caso, de disentir, sino una forma de vida estoica y pudorosa con los lujos que debe ser homologada tanto por izquierdistas y derechistas, para evitar ser acusado de pertenecer a esa clase farsante de la gauche divine.
»He dejado de sentirme de izquierdas, no sólo porque no sea capaz de cumplir los requisitos de austeridad aparente, la cosa va más allá de mi incapacidad para ocultar mi irremediable aspiración a un deportivo biplaza y descapotable. He dejado de sentirme de izquierdas porque me parece que la izquierda, y sobre todo la izquierda española, está enferma de hipocresía. Ser de izquierdas ya no es pertenecer a un movimiento humanista, preocupado por aliviar el sufrimiento ajeno y extender las conquistas sociales, el título de socialista se ha convertido para muchos en un certificado de supremacía moral y quienes lo poseen no desperdician la oportunidad para mostrarlo con más vanidad y ostentación que la que yo tendré el día en que consiga mi descapotable. E igual que yo buscaré las calles en las que más luzca mi deportivo, ellos buscan los conflictos globales en donde más brillan sus ideas y su supremacía moral frente a aquellos a los que no permiten ser de izquierdas o aquellos que se han declarado de derechas. A la izquierda europea le ha interesado siempre el conflicto entre Israel y los palestinos, y hoy en día, le interesa especialmente la guerra de Irak. Son buenas avenidas para pasear con orgullo sus ideas. Si muere un niño palestino por una bala perdida de un soldado israelí, tendremos los militantes de la izquierda indignados, tristes, los más recalcitrantes llevarán la kufia a modo de bufanda, oíremos todo tipo de críticas contra el lobby judío y los lacayos del Imperio Americano. Si es el aniversario de la guerra a Irak, irán miles a protestar por el fin de la masacre, y sobre todo, a exigir una explicación del “Trío de las Azores” (ese absurdo icono de un triunvirato inventado por la izquierda española en un delirio de megalomanía paleta, un triunvirato que se construyó a base de recortar de la foto a Durao Barroso, anfitrión de aquella reunión, por tanto un trío el de las Azores que en Portugal era cuarteto, en Reino Unido un dúo exclusivamente anglosajón, y en EEUU una foto más del presidente, en un lugar que nadie conoce con unso señores que a nadie interesan). Estos son los conflictos en los que la izquierda aparece como moralmente superior a las malvadas fuerzas de la derecha, cuya máxima expresión son las políticas exteriores del Imperio Americano. Esos son los conflictos-fetiche que interesan a los izquierdistas, porque en ellos se les ofrece la oportunidad de simplificar las cosas a una lucha en la cual el mal es fácilmente identificable con lo que ellos piensan que es la derecha. No son necesariamente los conflictos que más muertos, más injusticias y más miseria causen, eso es un factor secundario a la hora de apuntarse a una causa. En Ruanda se mataron casi un millón de personas entre Hutus y Tutsis. La izquierda no se movilizó ante el genocidio más grande de la Historia reciente como lo hace con el conflicto de Palestina o el de Irak: aquella masacre africana en ningún caso adquirió las dimensiones mediáticas de la segunda Intifada, a pesar de que la cifra de muertos que arrojara le supera en más de un 2000%. Hay muchos otros conflictos que no tienen la atención de la izquierda, fundamentalmente aquellos que no brindan una oportunidad de posicionarse ideológicamente para sentirse moralmente superiores. ¿Alguien ha visto alguna manifestación por el genocidio que se lleva a cabo en Darfur o en el Congo? Mueren cientos de miles de personas, pero como no se puede buscar la responsabilidad última en una fuerza liberal-capitalista, la causa no interesa especialmente. A pesar de que es más sencillo salvar diez mil vidas en Darfur que una sola en Palestina, no veremos a nadie gritando por Darfur en los Premios Goya, ni habrá jóvenes libertarios que tengan en el armario, junto a sus kufias palestinas, un atavío tradicional tutsi, ni veremos un solo acto de recuerdo de los cientos de miles que mueren de hambre en Korea del Norte. A esos conflictos en que no somos capaces de identificarnos con ninguna de las partes, en que sólo hay un horror inexplicable que no nos devuelven un reflejo de nuestra visión del orden moral del mundo, no se les concede un minuto de silencio: se les da el silencio entero.
»La izquierda, me ha decepcionado profundamente en esa forma interesada de ejercer su tarea de denuncia social dando siempre prioridad a las causas rentables en su lucha ideológica contra la derecha o el capitalismo o cualquiera de sus demonios. Al final, el sufrimiento del hombre y la injusticia no es lo que les saca a la calle o lo que les hace opinar vehementemente en una cafetería, sino el sufrimiento y la injusticia en la medida en que ello sea achacable a los adversarios políticos, a esa gente que les hace sentir su supremacía moral. Pregunte usted en un bar sobre la guerra de Irak o sobre Israel y Palestina, todos le darán su opinión (es una guerra por petróleo, los neocons son los culpables, los judíos controlan la política americana, etc...). Pregunte sobre los interahamwe: nadie le dará una opinión.
»Pero además, la supremacía moral del izquierdista medio con el que he departido en muchas cafeterías y salones es fácil y cómoda de alcanzar. La izquierda, por su lógica colectivista, traslada la iniciativa y la responsabilidad de la acción social al Estado. Para la gente de izquierdas el Estado, y no la acción privada, es la herramienta fundamental con la que se ponen en práctica políticas para la transformación de la sociedad en una comunidad más justa y solidaria. En ese sentido, la mayoría de quienes se consideran de izquierdas, hacen del voto su principal aportación para hacer un mundo mejor. Con él, consiguen que el Estado sea una fuerza socialista de transformación social, de protección de los débiles y redistribución de la riqueza. Como ven, es una manera cómoda y pasiva de hacer un mundo mejor, basta con votar y hacer un Estado de izquierdas. Y cuando el Estado es de derechas, basta con salir a la calle para exigirle que ponga en práctica políticas sociales.
»Por todos estos motivos he dejado de sentirme de izquierdas, y de serlo, si es que alguna vez lo fui más allá de mi voto. He de decir, por no perder la simpatía de mi escaso público, que es más probable que se sienta de izquierdas que de derechas, que sigo estando a la misma distancia ideológica de la derecha, y sobre todo, de la derecha nacionalcatólica española. Pero ya no mido mi distancia con respecto de ella en esa línea horizontal trazada entre dos polos, izquierda y derecha, en que se nos exige que busquemos nuestro sentir político. Esa es una dialéctica simplista y hoy en día, agotada. Yo sólo puedo actuar sobre una pequeña fracción del mundo, aquellas personas con las que convivo en lo familiar y lo laboral. Es allí donde está mi única oportunidad real de poner a prueba los pocos valores que defiendo para hacer de mi entorno un lugar mejor y más justo. Ubi nihil vales, ibi nihil velis.
»Con la edad he aprendido a no medir a la gente por sus afiliación política, me da totalmente igual que alguien se declare de derechas o de izquierdas, del Opus o de Batasuna, sólo me interesa saber cómo ha querido a los que ha querido, cómo trata a la gente en el trabajo, cómo trata a su familia y cómo trata a sus amigos. Mis prejuicios y mis intolerancias, que siguen siendo tantos como cuando me sentía de izquierdas, ya no están dirigidos de manera tan direccional y uniforme como antes. Aunque mi capacidad de amar y de odiar siguen siendo las mismas, ahora soy mucho más libre en mis afectos.»
El blog: http://clubdelasesino.blogspot.com