¿Qué me pasa, doctor?
Soy demasiado práctica y, sobre todo, demasiado maniática a la hora de ver cine (y a la hora de ver teatro, a la hora de dormir, de comer, de vivir...). Me acabo preocupando por detalles ridículos y cotidianos, que no son relevantes en el argumento, pero de los que no consigo distanciarme. Por ejemplo, en una escena de gran tensión y suspense en la que una pareja se encuentra de madrugada dentro de un coche, escuchando música y esperando relajadamente a que aparezca el asesino, yo me pongo a pensar que lo que deberían hacer es apagar la radio para que no se les gaste la batería. Ya me da igual si los matan o no, mi preocupación principal pasa a ser el ahorro y el sentido común, que estos dos adolescentes destinados a morir, no parecen tener. Y, cuando entran en casa y dejan las llaves en cualquier sitio, me pongo mala. Al final, me paso toda la secuencia pensando que luego tendrán que buscarlas y, probablemente, no recuerden donde las dejaron. También sufro muchísimo (no sufro tanto, pero es que soy muy exagerada) cuando los personajes mantienden una conversación en la cocina con la puerta del frigorífico abierta. Eso sí que no tiene ningún sentido. ¿Es que no se dan cuenta de que se escapa el frío? Luego, pretenderán que las cervezas estén frías, claro, ¡pues que cierren la puerta! Que eso es malísimo para los frigoríficos y su mantenimiento, por dios, un poco de lógica. ¿Qué os cuesta coger la cerveza, cerrar la puerta y seguir hablando? En las películas en que tienen perros o gatos y los protagonistas charlan en la puerta de la casa con algún vecino, yo estoy pendiente de que no se escapen los animales, y no me quedo tranquila hasta que compruebo que han cerrado la puerta y que el gatito sigue en el salón sano y salvo. Y una cosa que yo no podría hacer en la vida real es salir enjabonada de la bañera y ponerme directamente el albornoz. Entiendo que es poco cinematográfico ver como Nicole Kidman se seca los pies a conciencia antes de ponerse el albornoz, pero yo lo prefiero. El albornoz se empapa, coge frío, dejas el suelo resbaladizo y, luego, ponte a fregar. También me irrita que conduzcan mirando al copiloto y no a la carretera. Vale que no estés conduciendo de verdad, pero hay que disimular, porque, si no, yo estoy tan concentrada en la carretera para que no os estrelleis que, al final, no me entero de la conversación. Y, cuando van desnudándose por la casa en una escena erótica, dejando su ropa a su paso, no puedo evitar pensar en la pereza que da recogerla al día siguiente. Pero bueno, tampoco soy tan rara, estas son las típicas manías que tiene todo el mundo... ¿Verdad? (Me quedaría más tranquila si alguien dijera que sí).
"Café Solo". Por BÁRBARA ALPUENTE.