Quisiera agregarle el final al cuentito:
Tiempo más tarde el mismo profesor dijo que jamás se habría imaginado que una clase completa lo reprobaría a él, pero sin embargo sucedió.
Pasaron un par de semanas del experimento socialista, muchos quedaron conformes con los resultados y creyeron –sin pensar mucho– que las conclusiones eran correctas aún cuando no habían sido sometidas a estudio. Pero cierto día un alumno se paró al frente y le explicó al profesor y a la clase que si bien no discutía ni disentía de los resultados obtenidos en el experimento socialista (aunque no estaba de acuerdo con el nombre, ya que le parecía más comunista que socialista), lo que no le cuadraba eran las conclusiones que había sacado, y no sólo eso, sino que menos le cuadraba lo que tácitamente estaba defendiendo.
El alumno le pidió al profesor que le dejara realizar otro experimento y que si no era mucha molestia, se hiciera parte de la clase al menos mientras durara la experiencia. El profesor pareció extrañado, pero se sentía muy seguro acerca de sus conclusiones y entonces accedió. El alumno comenzó a explicar que nadie se haría cargo de la clase, él sólo dejaría sentadas las pautas a seguir durante la experiencia y después formaría parte del grupo. Antes de terminar volvió a explicar que no intentaba defender el fracasado sistema del experimento anterior, y que sólo se limitaría a demostrar que lo que el profesor defendía tácitamente con sus conclusiones, daría resultados iguales, o tal vez peores.
Las reglas eran las siguientes:
1- Todos recibirían el material de estudio en forma de apuntes escritos (todos el mismo apunte) y no habría nadie a cargo de la clase que explicara nada. Cada uno con su material tendría suficiente para comprender el tema.
2- Se darían exámenes periódicos y éstos calificarían a cada uno de acuerdo a la capacidad que demostrase en la comprensión y estudio del tema.
3- Entre todos, elegirían a una persona “Democráticamente” para que se encargara de controlar las calificaciones e hiciera un seguimiento del experimento, pero ésta persona también participaría del sistema de calificaciones.
El alumno pareció terminar e iba a ir a sentarse, a todos les parecía bastante tonto el experimento, pero entonces volvió y enunció la última regla que se había olvidado:
“Las notas iniciales de cada uno serán las obtenidas el trimestre anterior, o sea que no todos empezarán con la misma nota. Además –y esto es lo más importante¬– quienes hayan llegado a la nota más alta (10) podrán seguir sumando nota (aunque con 10 les baste). Los puntos extras que sumen serán sacados de los puntos que les falte para 10 a los que no hayan llegado aún dicha nota. Es decir que si alguien tiene diez pero quiere quince, puede solicitar un examen para conseguirlo, y si lo consigue, los cinco puntos serán descontados por ejemplo de alguien que había sacado 5 y le faltaban 5 para llegar al diez y al no haber reasignación de notas, ésta persona se quedaría con 5 mientras durase el experimento. “
Por último –agregó el muchacho– las personas que sobrepasen los 10 puntos, en concepto de premio al esfuerzo, gozarán de ciertos privilegios:
1-Recibirán los nuevos apuntes antes que el resto.
2-Podrán charlar libremente con el designado para control.
3-Para que no pierdan tiempo en su escalera ascendente al saber, podrán hacer que los que menos puntos tienen les hagan resúmenes de los apuntes y les escriban los exámenes, así podrán ocupar todo su tiempo en seguir estudiando por más notas. Para ello, podrán cederle puntos propios a cambio del trabajo.
Finalizada la explicación y designada por votación la persona encargada de controlar, se dio inicio al experimento.
El profesor debía comenzar sin puntos, pero al saber “de pe a pa” los temas, no tendría inconvenientes en alcanzar la nota más alta. Se repartieron los apuntes y todos se fueron a sus casas, al día siguiente comenzaría lo divertido.
Después de los exámenes, sólo dos habían obtenido diez y sumado a la nota anterior habían sobrepasado la nota máxima por mucho. El controlador se encargó de anotar los puntos y los que menos nota habían sacado vieron cómo se les coartaba la posibilidad de llegar al diez ya que los puntos de más que tenían los más sabios se les descontaban a ellos “equitativamente”. Rápidamente, quién más puntos tenía solicitó un nuevo examen para el día siguiente, y pidió de paso que el que menos puntos tenía le resumiera el apunte y le escribiera primero el examen antes de hacer el suyo. Los que menos puntos tenían se molestaron un poco porque sólo ofrecía medio punto y se negaron. El más sabio estaba por levantar la oferta, pero sabiendo algo de negociación, hizo como si no le importara hacer su examen sólo. Uno de los menos agraciados se acercó en secreto y le dijo que aceptaba medio punto por hacer el trabajo, después de todo, medio punto era mejor que nada.
Así siguió el experimento. De a poco, los que más tenían más puntos conseguían y los que menos, se quedaban con menos posibilidad de alcanzar mayor puntaje y se dedicaban a hacer por 0.50 o por 1 punto, los resúmenes y exámenes de los demás.
Los que más tenían y vivían charlando con el controlador, se dieron cuenta de que podían tirarle por abajo del banco unos puntitos extras para que agregue normas que los favorezcan aún más, como por ejemplo que quienes debían hacerles los resúmenes y no llegaban a tiempo, se quedaran después de hora y en los recreos para terminarlos; después de todo, para ello les pagaban sus puntos. También le pidieron que los dejara “retocar” un poco los temas de los apuntes, ya que no veían cómo le podía servir a los brutos saber de historia, arte o economía cuando tódo lo que debían hacer era resumir y escribir sus exámenes. Así lograron que los apuntes fueran sólo de síntesis y ortografía, que era lo único que necesitaban saber los brutos.
Cuando algunos de los menos sabios llegaron a cero y la oferta de puntos por resumen estaba cubierta, el controlador se reunió –como siempre– con los más sabios para informarles que para que el experimento siguiera, debía pedirles algunos puntos como para que los brutos siguieran en juego. A regañadientes aceptaron pero pidieron que también se les saque un poco a los que estaban en el medio con ochos y sietes, el controlador –mientras sacaba de debajo de su banco un sobre con puntos que misteriosamente había ido a parar allí– creyó que era justo y sancionó la ley.
Los más brutos saltaron de felicidad, pero los que estaban al medio de la bruteza y la genialidad se enfurecieron mucho porque les quitaban para darles a los otros y fueron a hablar con el controlador que les dijo que era necesario para el buen desempeño del experimento hacer algo de asistencialismo aunque en el experimento anterior se hubiera visto que era algo muy malo. Los intermedios se fueron ofuscadísimos y desde sus bancos increpaban y tiraban papelitos a los más brutos, éstos se defendían con biromes y borradores y cuando veían la posibilidad le quitaban del bolsillo algún punto para la coca.
Pasado un tiempo fue tanto el malestar entre los intermedios y los brutos que comenzaron un día a insultarse por demás y los insultos llevaron a las manos y las manos a los banco y así llegó a su fin el experimento, en un aula con sillas y borradores volando por los aires, con bancos de trinchera y escuadras de bayoneta.
Los intermedios –a las piñas con los brutos– no repararon ni un instante en que en la esquina más segura del aula, tomando mate y comiendo bizcochitos, se hallaban los que más tenían y el controlador, que en secreto hacían chistes, contaban sus puntos y se reían de la situación.
El alumno que había propuesto el experimento salió de abajo de un banco y pidió el fin del mismo, ya que había podido demostrar su teoría.
Cuando todo se calmó, la clase empezó a buscar al profesor para que restableciera el orden, pero éste se encontraba temblando en un rincón, asustado y lleno de papeles, totalmente desnudo de puntuación. Los alumnos sorprendidos preguntaron cómo habiendo sabido de todos los temas no había logrado sacar ni un punto, el profesor tocándose los bolsillos y con lágrimas en los ojos, dijo tembloroso –Sabía de todos los temas, pero me olvidé la birome.
El alumno que propuso el experimento comenzó a escribir en el pizarrón mientras a los intermedios se les iba yendo la bronca y los más sabios pataleaban junto con el controlador por el fin del experimento. Cuando terminó, todos pudieron leer la conclusión.
“Podremos intentar ser todos iguales a fuerza de un estado controlador; podremos intentar que cada uno gane lo que merece sin importarnos que haya gente que nazca en condiciones menos favorables; podremos inventar mil sistemas hermosos y rectos en la teoría pero nos encontraremos siempre con los mismos desastrosos resultados y ello se debe a una sola cosa: la educación. Mientras nos sigamos olvidando de que la mejor escuela está en casa; mientras en la escuela se premie más la tabla del nueve que la tabla de valores; mientras una libreta de calificaciones sirva para decir quién es mejor y quién peor; mientras la educación siga consistiendo en meter conocimientos a la fuerza en la cabeza de los niños; mientras el concepto de inteligencia se siga limitando a “el que sabe más de lengua, matemática y biología” dejando de lado y condicionando a miles de niños que quizá son mejores en otras cosas como la danza, la pintura o la escritura creativa; mientras los planes educativos sigan centrándose en crear buenos empleados en vez de buenas personas; mientras le sigamos dando el gusto a los de arriba de lograr un pequeño e ingenuo buen ciudadano en vez de un niño feliz. Podremos inventar cuanto sistema se nos ocurra, pero jamás escaparemos a los desastrosos resultados mientras no erradiquemos la codicia, el egoísmo y la estupidez de nuestra sociedad.
Silvio J. Rodríguez