En la primera mañana que la inmobiliaria Julio Gerpe, en la zona de Conxo, enseña los alquileres para el próximo curso universitario, los estudiantes que esperan a que abran las puertas forman una fila india que recorre la Avenida de Vilagarcía y da la vuelta por la Avenida de Ferrol. La agencia no comenzaba a operar hasta las diez, pero los primeros en llegar lo hicieron antes de las siete de la mañana. «Pensábamos que íbamos a ser las primeras, pero de eso nada», dice Alejandra Prado, que llegó sobre las ocho menos cuarto y se quedó a la altura de la esquina que une ambas aceras. Es la imagen que se repite año tras año cuando llega el mes de julio y se liberan los alquileres de estudiantes: inmobiliarias desbordadas y jóvenes que esperan a que aparezca «el piso más decente que haya».
«No queremos que sea demasiado caro, pero visto lo visto estamos dispuestos a pagar un poco más y que esté bien», dice Caetana González. Junto a sus dos compañeros, Iago Cerdeira y Mauro Gómez, forma uno de los grupos que más cerca está de las puertas de Julio Gerpe. Llegaron a las siete menos diez de la mañana, tres horas antes de que abriera la agencia. Aunque era la primera vez que se enfrentaban a la búsqueda de piso en la capital, algunas personas de su círculo cercano les habían advertido de que estuvieran allí con antelación, «que iba a haber mucha gente». «Al llegar contamos y vimos que ya teníamos a unas quince personas delante repartidas en seis o siete grupos», recuerda Caetana minutos antes de que la inmobiliaria suba las verjas.
Mirando hacia atrás en la fila, Miriam Pérez, Carla López y Carmela Sánchez piensan que tuvieron «suerte» por el sitio que consiguieron. Salieron en coche de O Grove, donde residen, a las cinco de la mañana. Llegaron a las siete y, nada más aparcar, caminaron hasta las puertas de la agencia. «Ayer vinimos y nos dijeron que no enseñaban los pisos hasta el día 2. Intuíamos que iba a haber gente y por eso nos dimos prisa», dice Carmela. Cuando se les pregunta qué es lo que buscan, contestan al unísono que algo «asequible y mínimamente habitable». «Tampoco pedimos mucho porque ya sabemos cómo son las condiciones. Que no se caiga el techo a cachos y poco más», continúa Carla. Explican que, desde que empezaron a ver el tipo de pisos que se ofrecían, rebajaron sus demandas y expectativas. Por ejemplo, con la zona: «Llega un punto en el que da igual. Pedimos que no sea a las afueras, que podamos hacer a pie el camino de todos los días. Dentro de eso, donde sea». Una trabaja en Fontiñas y las otras dos estudian en la Mestre Mateo, «un punto a favor porque el norte es más barato».
Sofía Jiménez llegó a la fila a las ocho y cuarto de la mañana. Sus otros dos compañeros, Marcos Herrero y Adrián Iglesias, se unieron a las ocho y media. Los tres prefieren afrontar el día sin expectativas, sin pensar en lo que pueden o no encontrar. «Cuatro paredes, el techo ya es opcional», bromea Adrián. Mientras esperan, un agente de la inmobiliaria pasa por donde están situados para ofrecer un piso de tres habitaciones en Conxo y se apuntan en la lista aún sabiendo que no es su zona ideal. Hablan entre ellos para ver si es una buena opción o si no les compensa: «A ver, también depende de la altura, ¿no?», «claro, puede ser justo donde empieza el campus sur», «sí, además tampoco estamos como para ponernos exquisitos».
Marcos Herrero, Sofía Jiménez y Adrián Iglesias llegaron entre las ocho y las ocho y media. Buscan un piso cerca del campus sur, donde estudian, pero «mientras que no sea muy lejos» se adaptan a cualquier otra zona,
El método es el siguiente: los grupos de jóvenes no entran a la agencia, si no que son los propios trabajadores los que salen a ofertar los pisos de los que disponen, indicando ubicación y número de habitaciones. Los interesados se apuntan en una lista por orden de llegada indicando su número de teléfono. No enseñan fotos, si no que después la inmobiliaria los llamará para organizar las visitas.
Paula da Silva y Jorge Rilo llevan en la fila desde las ocho. Cuando Jorge llegó —directo desde Boiro—, le mandó una foto a Paula, que llegaba desde Ourense, de la longitud de la cola. «Nos avisaron de que viniéramos con tiempo, pero pensé que íbamos a ser los primeros. Bueno, creo que todo el mundo aquí lo pensaba», dice Paula. Llevan «dos o tres días» con la búsqueda, de inmobiliaria en inmobiliaria y actualizando los portales web. «Está siendo caótico. Vas a una inmobiliaria y te dicen que no te pueden atender, ves anuncios que desaparecen a las dos horas», explican. Este martes esperan por fin encontrar algo que se adecúe a lo que necesitan
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