El articulo no es mio, pero como si lo fuera.
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Hace unos años leí un libro, "El poder del ahora" (Eckhart Tolle, Ed. Gaia), que me gustó pero, como no había experimentado lo que explicaba, se quedó en un libro más. Explica cómo dejar de pensar o, mejor, pensar menos, sólo cuando necesitas de verdad a la mente (por ejemplo para escribir ahora esto).
Hará unos meses, mientras hacía mi sesión diaria de meditación, sucedió: dejé de pensar. No es algo fácil: hace 5 o 6 años que medito casi diariamente y no había forma de acallar la mente. Pero, de repente, zas, fue como bajar a la tierra, ser consciente de que estaba allí sentada, mi cuerpo, yo misma, y nada más. Sin pensamientos, sin el run run. Sólo darme cuenta, ser consciente de estar allí, en aquel momento (ahora) y ya está.
Fue una sensación maravillosa, de paz y alegría interior. Y decidí que, ahora que sabía en qué consistía, quería llevarla más allá del tiempo de meditación, a mi vida diaria. No es fácil, repito. Durante años me he acostumbrado a tener la mente en marcha, identificándome totalmente con ella. Cambiar y pasar de identificarme con ella a observarla (porque eso es no pensar: no es dejar de tener pensamientos sinó ser capaz de detectarlos y, a partir de aquí, no darles importancia, lo que provoca que poco a poco sean menos).
Sólo llevo unos meses y me queda mucho por aprender. Por ejemplo, cuando ya lo tenía más o menos dominado, puse en marcha el blog y fue un torrente, un tsunami de energía mental muy difícil de observar, de des-identificarte de ella, que casi echa por tierra todo el trabajo hecho. Pero no. Ahora que va volviendo la calma, veo que lo que aprendí sigue en pie:
Cuando aquietas la mente, lo primero que te das cuenta es de tu soledad. La mente en marcha es un amigo que siempre te hace compañía, todo el rato té está diciendo qué debes hacer, qué hiciste, qué haras, analiza lo que está pasando. No te deja. Cuando por fin se calla, te quedas realmente sola. Te das cuenta de que estás tu sola, allí sentada en tu cojín, ante una vela, la habitación vacía. No es dramático, no es para llorar, pero es sobrecogedor.
Lo segundo que te pasa es que crees que no podrás hacer nada, sin tu mente. ¿Cómo vivirás sin mente? De repente, el vacío. Pero no es un vacío. La mente tiene diferentes niveles. Sólo conocemos el más cercano, ese que está haciendo run run todo el rato. Si lo paras, aparecen otros niveles más sutiles, como cuando actúas sin pensar pero actúas también.
Lo tercero es que te das cuenta de a qué se dedica la mente la mayor parte del tiempo: al eco. Consume muchos recursos repitiendo una y otra vez una misma cosa. Le preocupa mucho el qué dirán: qué habrá dicho este de lo que he dicho, que dirá si digo tal, blablabla. También va mucho para atrás, para el pasado, le da vueltas, y también para adelante, el futuro, pero pocas veces se queda quieta en dónde estas ahora. Le cuesta muchísimo dejar de gastar recursos en estas nimiedades, al fin y al cabo.
Lo más divertido es que dejas de juzgar a la gente. Estás hablando con alguien y pones la mente en blanco, concentrada sólo en escucharle, en la recepción de sus palabras y energías. Y no le juzgas. Recibes lo que dice y ya está. O vas por la calle y ves a alguien. El observador de la mente que has desarrollado se da cuenta que la mente dice: mira esa que mal viste, mira el otro que es inválido/moro/feo. Puedes alejarte de esos pre-juicios comunes a primera vista, estar por encima y tratar a las personas más allá de la fachada, como personas.
También es divertido lo que te ríes con la mente. Cuando la observas, te das cuenta de lo infantiles que son a veces tus pensamientos, o malvados. Te das cuenta de una forma compasiva, te da compasión tu mente, que no es lo mismo que la autocompasión, y te sonríes al detectar lo que piensa. Te quieres más porque te conoces más.
Por último, que no lo último, cuando aquietas/eliminas la mente aumenta mucho la concentración. Te concentras mejor en todo lo que haces y creo que tu sistema se acostumbra a funcionar así porque, si de repente olvidas la observación y te dejas llevar otra vez, sube mucho el nivel de errores. La mente es básicamente una distracción. No digo con eso que sea algo malo. La necesito para diversas cosas, como escribir, pero me gusta que no se adueñe de toda mi vida. De paso, así la dejo descansar y, cuando vuelve a actuar, está fresca.
Me apunto acordarme otra día de explicar cómo se llega hasta aquí, hasta no pensar.