Os dejo un artículo de interés actual.
http://www.maikelnai.es/2008/09/25/como-parar-una-crisis-financiera-el-metodo-sueco/
Traducido de Stopping a Financial Crisis, the Swedish Way (Autor: CARTER DOUGHERTY para The New York Times)
Cómo parar una crisis financiera, el método sueco
Un sistema bancario en crisis tras el colapso de la burbuja inmobiliaria. Una hemorragia de puestos de trabajo. Un gobierno orientado por los mercados que lucha por contener el pánico. ¿Te suena familiar? A los suecos también. El país estaba en esa vicisitud en 1992 - tras años de regulaciones imprudentes, políticas económicas cortas de miras y el fin del boom por las propiedades… es decir, su sistema bancario era - a todos los efectos - insolvente.
Pero Suecia siguió una senda distinta a la que nos propone el tesoro de los Estados Unidos. Y los funcionarios suecos afirman que hay lecciones de su propia pesadilla que Washington no debería perderse. Suecia, no pagó la fianza a sus instituciones financieras haciendo que el gobierno se hiciera cargo de las mala deudas. Exprimió litros de sangre a los accionistas bancarios antes de ponerse a firmar chques. Los bancos, tuvieron que anotarse las pérdidas y ofrecerler avales al gobierno.
Esa estrategia hizo responsables a los bancos y convirtió al gobierno en propietario. Cuando se vendieron los activos problemáticos, los beneficios fueron a parar a los contribuyentes, y más tarde el gobierno fue capaz de recuperar más dinero vendiendo también sus participaciones en las compañías.
“Si me veo forzado a entrar en un banco”, dijo Bo Lundgren - ministro sueco de finanzas por aquel entonces (en la foto) - “Preferiría aquel cuyas acciones ofrezcan algún beneficio para el contribuyente”. Suecia empleó el 4% de su producto interior bruto - o 65.000 millones de coronas - el equivalente a 11.700 millones de dólares en aquel tiempo, o a 18.300 millones de dólares actuales, en rescatar a los bancos renqueantes. Esto es ligeramente menos, en proporción a la economía de cada nación, que los 700.000 millones de dólares, o casi 5% del producto interior bruto, que el valor que la administración Bush estima que su acción va a costar a los Estados Unidos.
Pero el coste final para Suecia acabó siendo inferior al 2% de su PIB. Algunos funcionarios afirman que estuvo cerca de ser cero, dependiendo del modo en que se calculen ciertos porcentajes de rendimiento. Los tumultuosos sucesos de las últimas semanas han provocado más de un asentimiento recordatorio en Estocolmo. El señor Lundgren incluso se dejó caer por Nueva York a primeros de septiembre para explicar lo que su país hizo en los primeros años de la década de los 90.
Algunos comentaristas han propuesto que el gobierno de los Estados Unidos haga acopio de las propiedades bancarias como compensación por el rescate. Pero este punto aún no parece estar siendo considerado seriamente por la administración Bush o por el Congreso. La razón no parece demasiado clara. El gobierno ya ha utilizado su aval soberano para garantizar las acciones de Fannie Mae y Freddie Mac, instituciones financieras hipotecarias, y lo mismo ha hecho con la gigante aseguradora global American International Group.
Poner a los contribuyentes al borde del abismo sin ofrecerles nada a cambio podría ser un error, comenta Urban Backstrom, veterano funcionario que trabajaba en el ministerio de finanzas sueco por aquel entonces. “La opinión pública no va a apoyar el plan, si se permite que los antiguos accionistas conserven algo”, añadió.
La crisis sueca tuvo unos orígenes sorprendentemente similares a los de la estadounidense, y sus vecinos Noruega y Finlandia se vieron también en dificultades, hasta el punto de necesitar que sus gobiernos abriesen una vía de escape económica para eludir las tierras movedizas. La liberalización financiera en la década de los 80 alimentó un frenesí de préstamos para adquirir propiedad privada que los bancos suecos aceptaron sin preocuparse demasiado en si el valor de sus avales podría evaporarse en tiempos de crisis.
Los precios de la propiedad implosionaron. La burbuja estalló de forma rápida en 1991 y 1992. Un esfuerzo vano encaminado a defender la corona (moneda sueca) provocó de la noche a la mañana que los tipos de interés subieran del 1 al 500%. La economía sueca se contrajo durante dos años consecutivos después de un larga fase de expansión, y el desempleo, que en 1990 era de apenas el 3%, se cuadriplicó en tres años.
Después de una serie de bancarrotas bancarias y soluciones elaboradas ad hoc, el momento de la verdad llegó en septiembre de 1992, cuando el gobierno del primer ministro Carl Bildt decidió que había llegado la hora de despejar los despachos. Apoyados hombro con hombro por la oposición de centro-izquiera, el gobierno conservador del señor Buldt anunció que el estado sueco garantizaría todos los depósitos bancarios y créditos de los 114 bancos nacionales. Suecia, fundó una nueva agencia destinada a supervisar a las instituciones que necesitaban recapitalización, y otra más para vender los activos (principalmente propiedades) que los bancos conservaban como garantías.
Suecia pidió a sus bancos que cuantificasen sus pérdidas poco antes de que acudieran al estado en busca de recapitalización. (Enfrentándose a sus propios problemas a finales de esa década, Japón cometió el error de alargar este proceso, lo cual demoró durante años la solución). Luego llegó el imperativo de exprimir primero a los accionistas. El ex-ministro Lundgren recuerda una conversación con Peter Wallenberg, por aquel entonces director del SEB, el mayor banco sueco. El señor Wallenberg, heredero de la familia más famosa de Suecia y administrador de grandes porciones de la economía nacional, escuchó que no se respetaría a las vacas sagradas.
Los Wallenberg se dieron la vuelta y arreglaron el tema de la recapitalización por sus propios medios, obviando la necesidad de una vía de financiación estatal. El SEB obtuvo beneficios al año siguiente, 1993. “Por cada corona que metamos en el banco, queremos la misma influencia”, dijo el señor Lundgren. “Eso nos aseguró evitar la necesidad de acudir de visita a ciertos bancos”.
Para cuando la crisis acabó, el gobierno sueco se había hecho cargo de una buena parte del sector bancario nacional, y la agencia había casi completado el desagrable mandato de extraer todo su capital y acciones antes de inyectarles dinero. Cuando se estabilizaron los mercados, el estado sueco cosechó los beneficios privatizando de nuevo los bancos.
Aún hay más dinero pendiente de entrada en los cofres oficiales. El gobierno sigue siendo propietario del 19,9% de Nordea, un banco de Estocolmo que fue nacionalizado por completo y que ahora se ha convertido en un gigante altamente apreciado en Escandinavia y la región del mar Báltico.
Los políticos que se encargaron de la crisis sueca eran igual de duros que los nuestros, aunque hicieron mucho menos ruido.
Poco después de que se anunciara el plan, el gobierno sueco descubrió que la confianza internacional regresaba mucho más rápido de lo esperado, lo cual relajó la presión sobre su moneda y trajo de vuelta a los inversores al país. La oposición de centro-izquierda, al tiempo que desconfiaba en que las medidas del gobierno sacaran de apuros a los bancos, le hizo saber en privado sus opiniones al respecto de penalizar a los accionistas.
“Lo único que contuvo la avalancha fue la esperanza en que el sistema estaba respaldado”, comentó Leif Pagrotzky, veterano miembro de la oposición en aquellos tiempos. “En público aparecíamos siempre unidos al 100%, pero fuera de escena luchábamos”.