«Dejar que los musulmanes oren en la mezquita de Córdoba haría palidecer a toda ley de memoria histórica»
—La Junta Islámica ha enviado una carta al Papa en la que reivindica el uso ecuménico de la mezquita-catedral de Córdoba ¿Debería la Iglesia acceder?
—No soy quién para decir lo que la Iglesia debe hacer, pero en mi opinión no hay razón alguna que les fuerce a acceder. Más bien al contrario. En muchos países islámicos el tratamiento a la Iglesia y a los fieles cristianos va desde la simple aceptación a la más descarada intolerancia e incluso persecución, como ocurre en Sudán o Arabia Saudita. Y la reciprocidad es siempre un criterio. Recordemos un eslogan yihadista: os conquistaremos con vuestros derechos, pero os gobernaremos con los nuestros. Por lo demás la catedral de Córdoba lo es desde hace más de cinco siglos, y antes era un templo visigótico, y quien sabe si antes no era un templo romano, de modo que sería sentar un precedente que haría palidecer a toda ley de memoria histórica.
—¿Es un riesgo que tanto los musulmanes moderados como los radicales mantengan el discurso de la «recuperación» de Al Andalus?
—Pretender la recuperación de Al Andalus es tan absurdo como que los españoles reivindicáramos la Florida o Nápoles. Pero lo que este absurdo muestra es que hay en el islam sectores importantes, con fuertes apoyos políticos y económicos, e incluso de opinión pública, que han articulado un programa máximo reivindicativo que, aun cuando nos parezca disparatado, es tal y como lo dicen. En el mundo árabe no es raro encontrar mapas del mundo donde dos terceras partes de la península Ibérica son parte del islam, la misma locura de los mapas euskaldunes. Y en la medida en que ese proyecto cobre fuerza, coloca a España, de nuevo, en la frontera sur de la civilización occidental, donde ya estuvo durante siete siglos, con todo lo bueno y malo que tiene el ser frontera, lugar de paso y apertura, pero también de cierre. No somos los españoles o los europeos quienes pretendemos recobrar viejas colonias, sino ellos, aunque sean una minoría, por supuesto. Y no estaría de más que nuestros aliados árabes (empezando por Marruecos) hicieran alguna declaración rechazando radicalmente ese disparate.
—En Córdoba se quiere construir la «meca» de Europa y en Sevilla están paralizadas las obras de otra gran mezquita ¿Son proyectos que obedecen a razones de culto o existen otros intereses?
—Es difícil separar la dimensión religiosa de la política, especialmente en una religión integrista como es el islam. Pero ese es justamente el problema: que la penetración del islam no es nunca la penetración simple de una fe religiosa, sino siempre algo más. Es cierto que en Europa está comenzando a aflorar un nuevo islam, digamos reformado, que trata de ajustar sus creencias y ritos a la modernidad occidental, un Islam que debemos apoyar. Pero no es esa la dinámica dominante, sino la contraria. A lo que asistimos hoy no es a una reforma sino a una contra-reforma islámica, a un regreso a los orígenes más militantes y rígidos. Ya nos enseñó Max Scheler que las religiones con frecuencia progresan regresando a los orígenes. Basta ver el retorno de toda la simbología religiosa, desde la barba masculina al velo femenino, que habían desaparecido en muchos sitios, para comprobarlo.
—Las principales mezquitas que hay en España cuentan con el respaldo financiero de Arabia Saudí, Siria o los Emiratos ¿Ve en ello algún riesgo?
—Sin duda alguna. Arabia Saudita es el ejemplo típico de petroestado corrupto. Es un país intolerante que ha exportado su versión del islam, el wahabismo, una rama puritana que está en el origen de buena parte del radicalismo actual. Es la cuna de Bin Laden y de buena parte del núcleo inicial de Al Qaida, y sabemos que financia a Al Qaida. Es una paradoja, pero con el dinero que pagamos por el petróleo estamos financiando a quienes quieren acabar con nosotros. Siria es otro caso, bajo régimen militar desde 1963, un resto del baasismo laico, pero hoy aliada con Irán, sostén de Hamas y desestabilizador del Líbano, donde por cierto tenemos tropas españolas. Lo que Huntington llamó tercera ola democratizadora ha tenido un gran éxito en casi todo el mundo: la Europa del sur y del Este, América Latina, buena parte de Asia, incluso en África (por ejemplo, África del Sur). Pero escaso o nulo éxito en el mundo árabe y no mucho en el islámico. Según Freedom House no habría más de un par de democracias entre los veintitantos países de la Liga Árabe y un par más si añadimos todos los países musulmanes. Hay que entender en su radicalidad el fracaso tremendo del mundo árabe para comprender su malestar. Un ejemplo: todos los países de la Liga Árabe, a pesar del petróleo, tienen un PIB sumado inferior al de España. Los países árabes han intentado la doble vía de modernización que les ofrecimos durante la Guerra Fría, bien vía democracias populares (como Argelia), bien a través de la economía de mercado (como Persia), fracasando en ambos casos para regresar a un pasado mítico de pureza pero también de cruzada contra el infiel.
—¿Es permisivo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con las exigencias de la comunidad islámica?
—El Gobierno (este u otro) camina por una cuerda floja pues es un problema de enorme complejidad al que los europeos, en general, no estamos sabiendo responder pues en él se mezclan al menos dos o tres temas de gran calado. De una parte, los límites del laicismo de nuestras sociedades, unos límites que afectan al Islam pero también a las otras Iglesias, cristianas o no, aunque en un país en el que la inmensa mayoría se declara católico no hay razón para jugar a la simetría. Un ejemplo: la enseñanza religiosa en las escuelas. De otra parte, los límites de la democracia y la libertad, pues no debemos ser tolerantes con la intolerancia, y entramos en problemas de simple orden público. Otro ejemplo: el velo de las mujeres o la poligamia consentida, una reclamación que tenemos a la vuelta de la esquina. Finalmente, estamos testando los límites de las identidades nacionales multiplicando la diversidad interna pues, a la autóctona, se suma la importada. Hasta el momento, las democracias han sido culturalmente homogéneas, lo que es sencillo, pero articular democracias de la diversidad cultural será (es ya), como señaló Habermas, el gran reto del siglo XXI. Para mí la regla de oro debe ser la siguiente: todo aquello que conduce a una mayor integración de la comunidad musulmana, a una convergencia con la sociedad española, debe ser fomentado y atendido. Lo que camina en el otro sentido debe ser desalentado y, eventualmente, prohibido. En todo caso hay abierto un gran debate en Europa y en España y nos llevará lustros, no años, alcanzar consensos amplios. Sin ir más lejos, el 48% de los españoles están a favor del uso del velo y el 43% en contra, mientras la mayoría de los franceses están en contra y la mayoría de los británicos a favor. Personalmente me irrita ver a niñas forzadas a llevar velo, pero sigo convencido de que (como diría Stuart Mill) los adultos tenemos derecho a obrar como nos parezca siempre que no hagamos daño a terceros.
—La inmigración musulmana aumenta año tras año ¿Cómo observa esta evolución?
—España necesita inmigración, aunque, por cierto, ya va siendo hora de que algún gobierno se plantee el problema de las deplorables tasas de natalidad de los españoles y articule políticas de ayuda a la familia, no a las «nuevas» familias que no pueden tener descendencia, sino a las viejas de toda la vida. Los incentivos a la familia y/o a la natalidad han funcionado en muchos países europeos y aquí ni lo hemos intentado. El hecho es que tenemos ya cerca del 10% de población inmigrante, que en algunas ciudades y barrios sube al 30 o 40% (como en Lavapiés, por ejemplo). Y no tenemos tradición alguna de integración, como sí tienen otros países. Y los modelos europeos (tanto el francés como el alemán o el británico) han fracasado. Algunos de esos inmigrantes se integran con facilidad, como es el caso de los Latinoamericanos y la mayoría de los países del Este de Europa. Los musulmanes son cerca de un millón (casi quince millones en Europa) y se integran con mucha mayor dificultad. La religión sin duda los aísla y los concentra en guetos y, sobre todo, atrapa a las mujeres en círculos endogámicos de los que no las deja salir. Los españoles reaccionaron sorprendentemente bien después del 11-M, y no ha habido casi reacción xenófoba. Incluso los sondeos de opinión daban resultados muy positivos. Pero eventos posteriores (como los atentados de Londres, la crisis de las caricaturas o la reacción contra el Papa), han ido deteriorando la percepción, que comienza a ser preocupante. El 68% de los españoles percibe que los musulmanes en España desean permanecer diferentes y el 47% creen que tienen una identidad islámica cada vez más fuerte, y otro tanto ocurre en toda Europa. Sea o no cierto, la percepción es esa. En todo caso, llevo ya muchos años diciendo que lo que el Magreb necesita no es enviarnos sus trabajadores sino sus productos, y para ello Europa debería articular un ambicioso Plan Marshall sobre el norte de África y, en general, su frontera sur.
—¿La Iglesia tendrá que «defenderse» ante el incremento de fieles musulmanes?
—Como decía, mal puedo dar consejos a la Iglesia católica. El islam y el cristianismo (católico o protestante) son, hoy por hoy, las únicas religiones con vocación misionera. Nunca lo fue el judaísmo, ni tampoco las religiones orientales, el budismo, confucianismo o taoismo, que son religiones sapienciales sin creencias trascendentes. De modo que sí, supongo que hay una competencia entre ambas. En todo caso la dinámica actual es muy distinta en ambas. El cristianismo lucha contra la secularización y el relativismo de quienes fueron tradicionalmente sus fieles, especialmente en Europa. Está pues en retirada o, en todo caso, a la defensiva, y los mensajes, tanto del Papa anterior como del actual, lo muestran a las claras. El islam no está a la defensiva sino a la ofensiva, en una gran cruzada contra-reformista que activa creencias y ritos en sus fieles y atrae a nuevos creyentes. Y puede que el relativismo que produce el mundo desarrollado acabe siendo fuente de nuevos creyentes en el islam. Creo que la mayoría de la gente necesita creencias trascendentes. No es fácil vivir instalado en la inmanencia. Eso es al menos lo que me han enseñado los grandes sociólogos, desde Durkheim a Weber.
—Los musulmanes critican, como es lógico, que se vincule Islam con terrorismo ¿Cree que los primeros responsables de ello son los propios islamistas que matan en nombre de Alá?
—Por supuesto. El responsable de las consecuencias de los actos terroristas son los terroristas, esto lo tenemos bien sabido. Solo falta acusar a las víctimas de provocar el estallido de la bomba…Pero también son responsables todos aquellos que, como en el País Vasco, comprenden, aceptan, perdonan o incluso alientan. El terrorismo de ETA es terrorismo vasco, no tiene otra denominación, aunque sepamos bien que la mayoría de los vascos están en contra. Y a quienes estigmatiza es a todos los vascos, ello lo saben muy bien. Quien mata y asesina en nombre de Alá, vincula su acción con una religión. Por mucho que hablemos de «terrorismo internacional» todos sabemos que se habla de un grupo de fanatizados del Islam, que habla en nombre del Islam y con argumentos extraídos del Corán, son «fou de Dieu», locos por su Dios. Lo más preocupante, sin embargo, es que encuentra mucho apoyo y comprensión en los países musulmanes, más de lo que sería razonable. Por dar algún dato, en marzo del 2004 el 40% de los marroquíes apoyaba el terrorismo suicida, un porcentaje que, por fortuna, ha descendido al 13% un año más tarde. Pero en 2005 el terrorismo suicida era apoyado por el 57% de los jordanos, el 39% de los libaneses, el 25% de los pakistaníes, y el 14% de turcos. Y su opinión sobre Bin Laden era escandalosamente positiva: apoyado por el 60% de los jordanos, el 50% de los pakistaníes, el 35% de los indonesios, y el 25% de los marroquíes. No pocos analistas aseguran que lo que se discute hoy en lo países musulmanes no es ya «occidente sí o no», sino «terrorismo de Al Qaida sí o no». La lucha contra Al Qaida ha tenido éxitos importantes, pero en el frente ideológico y de la hegemonía (en el sentido de Gramsci) la situación se deteriora más que mejorar a medida que Al Qaida se transforma de organización en franquicia y, finalmente, en simple ideología. Por ejemplo, los españoles debemos empezar a pensar qué hacer si ganan los islamistas en Marruecos lo cual es muy probable.
—¿Ve futuro al proyecto de Alianza de Civilizaciones?
—Para comenzar, hay muchas civilizaciones además del Islam y Occidente y no todas son igualmente valiosas, como es obvio. Pero si eliminamos la carga normativa del complejo concepto de «civilización», y lo reducimos a grandes familias culturales hay una civilización sínica u oriental, otra del inmenso subcontinente indio y al menos otra africana, aparte, por supuesto, de la occidental (que incluye América Latina, en contra de lo que piensa Huntington). Pues bien, Japón se occidentalizó hace siglo y medio y le han seguido numerosos países asiáticos, incluido China. Otro tanto ocurre con la India. Y desde luego no hay conflicto de civilizaciones con o en África. En ninguno de estos sitios hay anti-occidentalismo ni «regreso de los Dioses», como sí ocurre en el islam. De modo que la pregunta no es qué pasa con las civilizaciones, sino qué pasa con el Islam que no pasa con otras. Por eso el proyecto político de la Alianza de Civilizaciones de Zapatero menosprecia a todas menos al Islam, y me pregunto qué pensarán de ello chinos o indios. Pero además, a la hora de buscar aliados en el islam, Zapatero se ha encontrado los más atípicos. De una parte Irán, que es, aparte de un gobierno totalitario y desestabilizador, es persa, no árabe, no habla árabe sino farsi (es decir, «persa»), y es hereje, chiita, y menospreciado y temido por la mayoría de los países árabes sunies. Y que tengamos como aliado a un país que se está mofando de la comunidad internacional es chusco. Y el otro aliado es Turquía, que tampoco es árabe ni habla árabe, y que es el Imperio Otomano, colonizador de buena parte de los países árabes, y occidentalizado a latigazos (y superficialmente) por Ataturk. De modo que la pomposa Alianza de Civilizaciones se limita al islam y, dentro de él, a lo menos representativo del mismo. Me temo que, al final, ni siquiera servirá para sacar a España del mapa del terrorismo islámico, que es el único objetivo para el que podría servir. Si pretendemos contribuir a solucionar los muchos problemas del mundo lo que necesitamos es una sólida alianza de democracias que sea capaz de hacer efectivo el sistema de Naciones Unidas, y el núcleo duro de esa alianza es el entendimiento entre la UE y los Estados Unidos. Ese debería ser el objetivo de nuestra diplomacia.
—España sufrió el 11-M, ¿piensa que la salida de las tropas de Irak ha sacado a España del listado de países de alto riesgo?
—No. Desgraciadamente no. Sirvió para descolocar nuestra política exterior dando un gran triunfo a Al Qaida, pero todos los estudios (el más reciente, por ejemplo, del Council on Global Terrorism) siguen mostrando a Europa como el objetivo principal más próximo, incluso por delante de Estados Unidos. Y ya dentro de Europa, España ha sido y sigue siendo lugar de formación, reclutamiento y financiación, todo a un paso de la acción misma. No se por qué razón nos negamos a leer sus declaraciones y a creerlas, como sí hacemos, por ejemplo, con las de ETA. Pues bien, si escuchamos lo que dicen Bin Laden y secuaces su guerra es contra occidente y contra el infiel, e invitan a atacar dónde y cómo se pueda. Estamos en el punto de mira; todo depende de que haya una oportunidad de disparar. Y antes o después la habrá. Además, sabemos que llevan años buscando armas de destrucción masiva, biológicas, químicas o nucleares, y antes o después las tendrán. No creo en la «guerra contra el terrorismo» de Bush, y lo escribí antes del 11-M, pero no olvidemos que el terrorismo no es sino guerrilla urbana, y la guerrilla, urbana o rural, es una forma de guerra cuando hay asimetría entre los contendientes. De modo que, como ETA, nos están haciendo la guerra.
—El juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo vincula los atentados de Madrid con la presencia de España en Irak ¿comparte el diagnóstico?
—Desgraciadamente sí. Creo que nunca olvidaré cuándo, la noche del 15 de marzo, Haizam Amirah Fernandez, investigador del Elcano en temas árabes, me leyó por teléfono el documento que dimos en llamar «noruego» (por el Instituto donde se localizó por vez primera), un documento yihadista , en árabe, desconocido entonces para el CNI, en el que se detallaba la polarizada situación política española y se mencionaba la necesidad de atacar a España para que ganara el PSOE y este retirara las tropas de Irak, que sería así el primer eslabón de la cadena de defecciones de aliados americanos. Un documento que, posteriormente, apareció en el disco duro de los terroristas de Leganés. ¿Debemos pensar que fue pura casualidad que el atentado se produjera el 11 de marzo? No es creíble. Otra cosa es si hubiera habido atentado al margen de nuestra presencia allí, y la respuesta es que probablemente sí, como los ha habido en Turquía o Marruecos, y como lo prueba el que el atentado comenzara a fraguarse antes de la crisis de Irak. Ningún país está libre de ese riesgo, pero el aquí y el ahora, sí creo que tiene mucho que ver con la visibilidad de nuestra presencia en Irak. De lo que cabe extraer una importante consecuencia para el actual llamado «proceso de paz» vasco. Cuando los dos principales partidos están en confrontación en temas de Estado, abren una ventana de oportunidad por donde se pueden colar los terroristas para hacer política, e incluso influir en los resultados electorales. Creo que ocurrió el 11-M, y creo que puede volver ocurrir. Por eso el consenso en temas de Estado no es una cuestión de mera estabilidad; afecta directamente a la seguridad, a nuestra seguridad. Harían bien en escuchar el mensaje de Navidad del Rey y sentarse a hablar seriamente. No se entiende que se esté dispuesto a hacer concesiones a ETA pero no al PP.
—¿Por qué la radicalización del islam?
—Antes daba una razón de ello: el fracaso de la modernización, fuera cual fuese la vía seguida para occidentalizarse, a lo que ha contribuido poderosamente el petróleo, que permite elites ricas y poderosas sobre sociedades incultas. Pero en los orígenes de los dos fundamentalismos, el sunni y el chiita, encontramos siempre las consecuencias no queridas del fin de la Guerra Fría. Se ha dicho con frecuencia que el modo como termina y se cierra una guerra, abre la siguiente. Así ocurrió con la Paz de Versalles, que abrió la segunda guerra mundial, y así ocurrió con Yalta, que cerró la segunda guerra mundial pero abrió la Guerra Fría. Pues bien, la regla se cumplió de nuevo, y el modo de cerrar la Guerra fría abrió la actual confrontación con el islam. Como sabemos, la Guerra Fría la cerró la caída de la Unión Soviética, que arrastra causa de la ocupación de Afganistán en 1979. Y como sabemos también, ahí están las raíces y el crisol del fundamentalismo suní y de la misma Al Qaida. Pero a ello debemos añadir un segundo dato que con frecuencia olvidamos: ese mismo año de 1979 caía también el régimen del sha de Persia y triunfaban los ayatolás, de modo que otro fundamentalismo, ahora el chiita, ocupaba el poder en ese enorme país. Podemos pues decir que las dos máquinas del fundamentalismo islámico se pusieron en marcha el mismo año: 1979. Una, la chiita, con el apoyo explicito de Rusia y Francia (que fletó un avión de Air France para el regreso de Jomeini a Teheran) y de la opinión ilustrada europea, una vez más arrastrada por su anti-americanismo. La otra, la suni, la afgana-saudita, contaría pronto con el apoyo de los Estados Unidos que los utilizarían (con éxito, por cierto) como ariete contra la Unión Soviética. Paradojas del Occidente que hoy se tira los trastos.
http://www.abc.es/20061231/nacional-nacional/dejar-musulmanes-oren-mezquita_200612310243.html