La número 1 del MIR de este año quiere ser feliz. Por eso, explica, ha elegido dermatología. Por eso, explico, esa decisión es sintomática de nuestros días. La 'derma' lleva siendo la especialidad estrella desde hace años. Hay quien repite el examen para conseguir plaza.
Si, desde hace lustros, los mejores expedientes de bachillerato acaban en medicina — en un fenómeno similar al de principios de los 90 en las ingenierías — los mejores entre ellos, los primeros del MIR, quieren una especialidad sin guardias, sin sobresaltos de madrugada, sin muertes en el quirófano.
El caso es que yo soy hija de un cirujano cardíaco que parecía bastante contento. No había horas en el día para que siguiera dando vueltas a lo que había ocurrido en quirófano y, así, imagino, y con mucho ensayo en corazones de cerdo en la nevera de casa, fue como dio con una técnica que lleva su nombre para arreglar la válvula tricúspide. Su padre, mi abuelo, se fue en los 30 dos años a Davos a formarse como especialista antituberculoso, gracias a la Junta de Ampliación de Estudios. No era agradable entonces enfrentarse a aquella enfermedad que había acabado con la vida de un amigo del colegio, momento en el que decidió hacerse médico y no arquitecto, según leyenda familiar. Luego, ya casado y con hijos, se marchó temporadas a Suecia y a Francia para aprender a operar de pulmón y corazón. Lo recuerdo feliz, retirado de la consulta, en su sillón Morris, estudiando el 'New England Journal of Medicine', como hace su hijo ahora. Tanto a él como a mi padre la especialidad les llevó a ciudades distintas a donde se criaron. Patricia Andrés, bilbaína, está contenta porque se quedará por Bilbao.
Hay quien encuentra la felicidad viéndose capaz de superar retos, de resolver problemas, de llegar a lo máximo de su potencial. Salvo melanomas complicados, alguna infección, la 'derma' no es una especialidad que dé grandes disgustos y sí proporciona bastante dinero, asociada a la estética. La medicina tiene enormes retos por resolver, pese a lo que quieran vender los chuflas modernillos cientifistas que aspiran a la inmortalidad. De entrada, no sabemos qué produce el autismo, el alzhéimer o la esquizofrenia. Así, para abrir la boca. Esperemos que siga habiendo médicos a los que haga feliz resolverlos, extirpar tumores y arreglar corazones.
El razonamiento de Patricia Andrés es coherente con la venta fácil de la felicidad contemporánea, con colegios que ponen como misión fundamental hacer felices a los niños. Al pedagogo y filósofo Gregorio Luri le encanta visitar esos centros. Suele explicar que, «como seres humanos, nuestro deber no es ser felices, es desarrollar nuestras capacidades más altas. Y la felicidad es una ideología que milita contra esto». Suena a rebelde, cuando, además, se da la paradoja de que estamos rodeados de adolescentes infelices en un entorno que se ha puesto como objetivo primordial que lo sean. Quizá necesiten una misión, un sentido. Quizá tengan la piel demasiado fina. Y eso no lo arregla un dermatólogo.
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