Imaginad que tenéis una vida de puta madre, con amigos, pareja, que os va genial en los estudios, sois proactivos y estáis metidos en varias actividades.
Y un buen día, vuestro cerebro, sin venir a cuento, da un mal click y empezáis a segregar adrenalina en cantidades industriales, como si tuvieséis enfrente un tigre a punto de saltar... pero no hay ningún peligro, porque estáis tranquilamente paseando.
No sabes qué te está pasando, pero te crees morir. Y cuando la descarga de adrenalina para, lo único que sabes es que no quieres volver a pasar por eso nunca más.
Y del pánico a que te vuelva a ocurrir si es necesario no sales, porque sólo con pensar en salir a la calle empiezas a tener taquicardia, a hiperventilar y a temblar.
Algunos aquí entenderán a lo que me refiero, y que no es algo que dependa de la voluntad, el "echarle huevos", o que te obliguen a salir aunque sea a rastras.
Ya no entro a valorar lo que ha podido suponer para el chaval la enfermedad y la muerte del padre. Son cosas que para los dos (madre e hijo) deberían haber tenido seguimiento psicológico.