Es bastante común en mí, y sobretodo cuando afloja la batería en el móvil (o cuando no tengo a disposición mi e-book o estoy falto de cualquier estímulo durante mis largos y aburridos viajes en tren), teorizar sobre comportamientos sociales. Siempre he estado interesado en el estudio de las personas dentro de su entorno, ya sea de individuo a individuo como en colectivos de mayor agrupación.
La cuestión de este texto no es una excepción. Y es que a raíz de una experiencia pasada he llegado a nombrar, con escasa creatividad por supuesto, un comportamiento que me gustaría saber si es más común de lo que creemos en el día a día de nuestras relaciones personales.
Todo empieza hará un mes, cuando servidor se dispuso a contactar con una persona con la que en el pasado trabajó. Resulta que esta persona no vive en Barcelona, por lo que es lógico que toda comunicación se redujera a lo "online". A raíz de un estúpido azar laboral, la verborrea se extendió más allá de lo profesional y empezamos a indagar en lo personal. Que si cuanto hace que no nos vemos, que si siempre me pareciste un chico majo/interesante... Ya sabéis, cuando se trata del flirteo no somos muy creativos. Será porque hoy en día se ha convertido en algo tan mundano y habitual como comer o cagar. Añadir y, por si aún no os habíais dado cuenta, que obviamente se basaba en un intercambio de intereses entre un hombre y una mujer. No lo he indicado desde un principio para evitar caer en discriminaciones, ya que pienso que esto ocurre en ambos sexos. Obviamente en mi caso nombro a una mujer porque soy heterosexual.
Lo que empezó como una conversación con un objetivo puramente profesional terminó en un "lloros y lamentos" sobre su reciente y fallida relación amorosa. En su momento, la susodicha dejó caer cuanto le atraía, pero que al tener novio pues obviamente no pasó nada (bien, tiene valores).
Las conversaciones subieron algo de tono y, como era de esperar, dejó entrever que aquello tenía que ir más allá que un simple intercambio de intenciones sexuales. Dijo que en el plazo de uno y dos meses vendría a Barcelona a visitar a unos parientes. Al parecer la ciudad condal no era suficiente para satisfacer sus necesidades aventureras, así que, aprovechando la visita, quería planear una cita (con erótico resultado). Hasta aquí todo normal.
Como aún quedaban muchas semanas hasta nuestro encuentro, y para no hacerlo más frío, decidimos seguir hablando por Facebook hasta el día que pisase tierras catalanas. Nunca habíamos hablado mucho, así que era una buena ocasión para conocernos. Al fin y al cabo, que hay más atractivo que conocer a la persona con la que estás follando? Los entresijos de su cabeza, la complejidad de su psique... Ese laberinto de emociones que puede llevarle a alcanzar un sex appeal que ya quisieran tener cualquier actriz o estrella del espectáculo.
El torrente social fluyó con total normalidad, y a medida que pasaban los días íbamos sabiendo el uno más del otro. Añadir que ampliamos el número de canales de comunicación hablando también por Skype, teléfono, etc.
La chica me resultaba interesante, pero me percaté que tenía una forma de ser y de ver la vida (las relaciones sociales sobretodo) que no me atraía nada (estudiaba Publicidad, así que tampoco hubo asombro en mi mirada). Vi que era una persona tremendamente competitiva: Para ella todo era un Gran Slam. Parecía que siempre tenía que dejar claro cuanto "molaba" y cuan superior podía estar en comparación con mi persona ya que cualquier dato o información anecdótica que yo le contaba sobre mi día a día lo transformaba en un impertinente: -Pues yo más-. Si le contaba que me estaba leyendo un libro, ella me decía que ya lo había leído y que, por supuesto, en mucho menos tiempo que yo. Si la conversación tomaba como dirección principal mis estudios, (ya sabéis, "qué tal las clases" y toda esa morralla típica de una conversación banal cotidiana), ella siempre soltaba alguna pullita como: A ver si te la sacas ya, que vas atrasado (estuve trabajando durante un tiempo y me era imposible seguir el ritmo tradicional de 60 créditos por año, así que lo dejé por un tiempo). He de hacer especial hincapié al hecho de que yo podía hacerle un "catacroker" aludiendo que al menos yo estudiaba una carrera de verdad. Pero bueno, ella es ella y yo soy yo.
Es posible que penséis que puedo ser un tanto excesivo y radical al darle importancia a simples discusiones mundanas y superficiales que tienes hasta con la panadera de la esquina. Y si es así, tenéis razón. No eran aspectos muy importantes, pero resulta que soy un hombre de detalles, y siempre he creído que son la clave para saber por donde pueden ir los tiros.
También me di cuenta que era una persona muy cínica y que seguía la filosofía del postureo. Ya sabéis, que tiende a aparentarlo todo con una forma de actuar basada en las corrientes sociales del momento. La chica era seguidora de Podemos, y cuando hablábamos de política me producía una tremenda pereza: -Porque en Podemos creemos que... Porque en Podemos buscamos... Porque en podemos...- No es que pertenezca a la casta, es más, la aborrezco, pero también aborrezco a las personas que tienden a idealizarlo todo y a presentar soluciones sencillas a problemas complejos. Todo ese tufillo pseudo-idealista me cansaba bastante. Pero bueno, tampoco por eso la iba a descartar. Al fin y al cabo los seres humanos somos muy especialitos y todos tenemos lo nuestro y, como es obvio, yo también tengo lo mío. Créedme, no es poco.
Como soy una persona que no tiende a pelotear al jefe, o en este caso, a bailarle el agua a una mujer por un poco de sexo esporádico, muchas veces dejaba caer mi opinión. Esto originaba, en ocasiones, discusiones. Algo totalmente normal. Aunque no lo creáis, las personas discuten (pese a que Facebook y sus anfritiones se esfuerzen día a día en aparentar lo contrario mostrando ,a ritmo de "selfie", que todo es un mundo de felicidad).
Durante una de esas discusiones la cosa se pasó un poco de madre y ella terminó por afirmar que ya no quería verme. El toro no me pilló por sorpresa, puesto que los últimos días fui viendo que su actitud ya no era tan predispuesta como antaño. Yo, que obviamente no cedo a según que chantajes, y más cuando pienso que no hay razón para tomarse de ese modo una simple discusión mañanera, le dije que vale. Ella me finalizó todo con un: -Ya no quiero hablar más contigo-. Obviamente tuve que aceptarlo. ¿Qué iba hacer sino? Al fin y al cabo cada uno es libre de actuar como le plazca y todos tenemos que respetarlo. O eso dice la biblia, ¿No?.
Resulta, y perdonad porque hasta este momento todo esto os ha podido parecer una aburrida paja narrativa (simplemente quería meteros en contexto), que yo soy una persona muy pragmática. No soy nada fan de según que rituales y costumbres sociales que carecen de cualquier sentido, así que si ya no iba a quedar con la susodicha, y tampoco hablar, pues lógicamente esta persona no era necesaria en mi lista de contactos de Facebook. La borré. Lo hice con total indiferencia, no fue la típica reacción quinceañera de: -Pues ahora me enfado, no respiro y encima te borro (¡O bloqueo!).
Curiosamente, y aquí ya empieza a resonar con fuerza dicho efecto (pido nuevamente disculpas por tan cutre nombramiento), no tardó ni dos minutos en volver a hablarme (esta vez por WhatsApp). Lo hacía con una actitud sorprendida a la par que indignada, deslizando frases de sorpresa y decepción después de mi tan repugnante y desvergonzado acto de aislamiento social. Ante tal avalancha de palabras, yo le respondí que después de decirme que ya no quería saber nada de mí no tenía sentido tenerla en mi grupo de amigos virtuales. Ella respondió que tampoco había necesidad de borrarla, que el hecho de que ya no quisiera saber nada más de mí no significa que haya que terminar de ese modo.
Es curioso, amigos y amigas, que después de borrarla sus ganas de hablar conmigo se avivaron como se aviva la llama de una cerilla nada más rozarla con el fósforo. Era como volver atrás en el tiempo, a la jovial y activa, llamémosla, Marlene. Toda la desgana, toda la pasividad y vaguedad que abundaban en las últimas conversaciones habían sido sustituidas por un interés repentino en volver a contarme su vida, en saber sobre mí e, incluso, en quedar de nuevo para mantener relaciones sexuales. Esto último lo afirmó explícitamente.
Decidí no darle mucha importancia. Seguí hablando con ella, eso sí, a través de un medio menos convencional (Hangouts). A medida que pasaban los días empecé a recobrar el interés en Marlene, y como consecuencia de eso, en la humanidad. Así que volví a agregarla a Facebook.
Al volver a formar parte de su lista de contactos, no tardó en aparecer la pereza que tanto caracterizaba su actitud de los últimos días. De hecho, nada más agregarla me dijo que se tenía que ir al gym, que ya hablaríamos y "blablablá". Tampoco soy muy desconfiado, por lo que la creí. Sin embargo, a medida que pasaban los días no daba más señales de vida. Yo tampoco estaba obsesionado, pero soy una persona con ciertas tendencías a la observación y al análisis, y me daba cuenta de todo. Además, no soy muy amigo de las casualidades, creo que todo tiene un porque: Básicamente me percaté que al agregarla al Facebook dejó de interesarse.
En ese preciso instante me planteé la posibilidad de que todo eso era fruto de una macabra danza social que persigue un absurdo y estúpido objetivo: Mantener una serie de contactos a los cuales no les das ningún uso relevante, como si de una vitrina de trofeos se tratase. Así que decidí tomar partido y comprobar si todo eso era fruto de mi paranoica y aburrida imaginación o si estaba ante el descubrimiento del siglo: Volví a borrarla de Facebook. Así eran las cosas, como un monótono trabajo de oficinista, todo se repetía hasta la saciedad o aburrimiento.
Nuevamente, no era una reacción que nacía del rencor ni de ningún tipo de sentimiento oscuro, sino que esta vez era para estudiar su comportamiento. Algo así como un experimento donde ella era la cobaya y yo el tipo con la bata blanca. ¿Y qué podía esperar? Pues lo que pensaba: Nada más borrarla de Facebook volvió a abrirme (esta vez tardó diez minutos en hacerlo), preguntando cual era la razón por la cual la había borrado por segunda vez, ya que justamente en ese preciso instante, me iba a pasar una foto de ella vestida de folclórica sureña. Vaya hombre, ¡Qué casualidad!
Ya harto de formar parte de este absurdo malabarismo emocional, decidí comunicarle el porque de todo (agregándola de nuevo). Le dije que simplemente estaba comprobando como se comportaba conmigo. Qué era lo que le movía a hablarme y realmente por qué lo hacía. Ella aseguraba que todo esto que yo creía no eran más que imaginaciones mías. Y puede ser, pero como he dicho anteriormente, no creo en las coincidencias y no me extrañaría viniendo de alguien como ella.
Así que, y finalizando ya, le dije que me parecía una mujer cínica, falsa y con tendencias a aparentar. También le dije que no me atraía nada su forma de ver y tratar a las personas, que me daba la sensación de que simplemente perdió el interés en mí, pero que le interesaba tenerme cerca, a su disposición, para cuando ella quisiese. Esa era la razón por la que se mostraba molesta cuando la eliminaba de Facebook.
Es posible que si le hubiese seguido el rollo todo esto no hubiese ocurrido. Me he perdido un polvo pero, ¡¿Y qué?! No estaba dispuesto a moverme con según que personas con tal de meterla en caliente. Como dijo Jon Snow en Game of Thrones: "Crows before hoes".
Ahora imaginad que estáis en un exámen. Este es el texto que tenéis que leer y la única pregunta que tenéis que responder es: ¿Qué título le pondrías a todo esto? Como se indica al principio de todo, yo personalmente lo llamaría: "Persona en el desván".
Esto ha sido todo. Disculpad la densidad del texto para explicar una simple teoría que se me ha ocurrido. Me gustaría saber si os ha pasado en alguna ocasión algo parecido. O si lo habéis hecho vosotros.