Estaba leyendo esta escalofriante columna de Alberto Olmos donde explica el tratamiento que se ha hecho y se hace del suicidio en nuestro país y he tenido que venir a comentarla.
Olmos contrasta las informaciones de suicidio con las de violencia de género. Aunque recomiendo que la leáis entera, os copio las partes que me parecen más importantes:
Carmen Calvo propuso hace algunos meses que la cuenta de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas se llevara a partir de ahora en grandes totales. Se pasaría de informar de que 34 mujeres han sido asesinadas este año a informar de que 958 mujeres han sido asesinadas.
¿Cuántas personas se suicidan en España cada año? (...) Yo se lo voy a recordar: 3.500 de media.
3500 muertes al año a causa del suicidio dan para mucha piedad, mucho lamento, mucha concienciación y mucha Carmen Calvo. Sin embargo, Carmen Calvo no está preocupada por estas 3500 muertes, como no lo ha estado ningún ministro o presidente del gobierno antes que ella.
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Mayormente porque en el suicidio coinciden todas las causas, y la gente se suicida porque es pobre, porque la echan de su casa, porque le niegan su verdad sexual, porque no puede dar de comer a sus hijos. La gente no se suicida para matarse ellos, sino para matarnos a todos los demás, que somos los que les hacemos daño.
Este año han pasado dos cosas raras. Primero, se ha dejado de anunciar la cifra de suicidas con el desglose por sexos. (...) Al igual que con la propuesta de Calvo sobre los grandes totales de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas, aquí puede percibirse una paradoja morrocotuda: que alguien cree que desinformar es beneficioso para la sociedad.
La segunda cosa rara que ha pasado es que los testimonios de los casi suicidas venían rotulados con un nombre y una indicación del número de veces que se habían intentado quitar la vida. Pero no usaban estas palabras, usaban éstas: “Fulanita. Ha sobrevivido a dos intentos de suicidio”; “Menganito. Ha sobrevivido a tres intentos de suicidio”.
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No me cabe duda de que este “sobrevivir” viene de Estados Unidos, y que fue inventado para amortiguar el estigma que se deriva de intentar matarse sucesivamente. Dentro del proceso global de victimización generalizada, el suicida ya no es sujeto de su drama, sino víctima. Es decir, no tiene voluntad, no sabe lo que hace y la culpa no es ni suya ni -sobre todo- nuestra: es atmosférica.
No sé qué experiencias tendréis vosotros con suicidas (o incluso si habréis intentado quitaros la vida alguna vez o tonteado con esa idea), pero lo del estigma y el no hablar de ello es completamente cierto. En mi familia tuvimos una persona que consiguió matarse en el segundo intento lanzándose desde un cuarto piso. En el periodo que hubo entre la primera tentativa y la segunda, sus más allegados (que coincidían parcialmente con los míos) no hablaron nunca del tema de manera directa, solo con evasivas e intentos de racionalización a medio gas.
Es un tema que debería abordarse en toda su complejidad, teniendo en cuenta cuantas más variables mejor, y hablar y discutir sobre ello en la esfera pública, pero por razones morales o vete a saber no se hace. Se desestima asumiendo que los suicidas son enfermos mentales y ya no hay que darle más vueltas, con la eutanasia siendo una de esas cosas que siempre se tratarán mañana.
Y me cabrea una putísima barbaridad que ahora las diarreas mentales de perspectiva de género de estos putos cafres vayan a resultar en menos datos y menos variables tenidas en cuenta sobre lo que ocurre con un problema que se lleva a 3.500 personas de media cada año.