Ha pasado ya en Hungría, en Estonia, en Lituania, en Polonia, en Ucrania… La memoria del comunismo arroja una mancha siniestra sobre la vida de estos países, ahora independientes tras la caída del imperio soviético. En ese contexto hay que situar las declaraciones del presidente letón Valdis Zatlers: la Unión Europea debe condenar tanto los crímenes del nazismo como los del comunismo. “Los países de la Unión Europa han sufrido en igual medida tanto por causa del nazismo como del comunismo, pero sólo se ha condenado al primero, y nunca al segundo”, declaró Zatlers.
Zatlers hizo estas declaraciones, según informa RIA Novosti, al término de una entrevista con el primer ministro letón Ivars Godmanis. El jefe del Gobierno letón apoyó al presidente del país, señalando que las cuestiones relativas a la “condena de la ideología comunista” se abordarían en las próximas cumbres de la Unión Europea en Vilnius y en Bruselas. En Letonia, las ideologías nazi y comunista está oficialmente prohibidas.
El año pasado, la conmemoración del 70 aniversario del Gran Terror estalinista enfrentó a los rusos con su historia. Una gran cruz de doce metros fue erigida en Butovo, cerca de Moscú, para conmemorar a las víctimas. Tan sólo en los años 1937 y 1938, más de 1,5 millones de personas fueron detenidas por la policía secreta soviética, NKVD, y cerca de 700.000 fueron ejecutadas. Son sólo una parte del monstruoso balance criminal del comunismo. Curiosamente, el aniversario coincidió con la presentación de una nueva guía docente que trata de que los rusos “digieran” el horror del estalinismo. En esa ocasión se puso de manifiesto que para muchos rusos todavía es imposible separar la historia nacional –más de mil años desde Vladimir “Sol Rojo”- de la experiencia histórica soviética, y ello a pesar de la “desestalinización” emprendida por el régimen soviético después de 1953. Para buena parte del pueblo ruso, su historia es inseparable de la segunda guerra mundial, y el protagonista de ésta fue precisamente Stalin.
La memoria del comunismo aún sangra en Europa. Hay que recordar la seria crisis que opuso hace unos meses a Rusia y Estonia. La causa: la retirada de una estatua que rendía homenaje a los caídos soviéticos. Esa estatua adornaba el centro de Tallin, la capital estonia. Los estonios la habían trasladado a un cementerio militar de la periferia. Los rusos lo consideraron un insulto. Hubo altercados, peleas callejeras, un muerto, 150 heridos, asedios a las embajadas estonias en Rusia y Ucrania… Influyentes voces de Moscú pidieron la ruptura de relaciones diplomáticas con Estonia. La Unión Europea y la OTAN intentaron mediar.
También en Polonia hubo una fuerte polémica por la ley de des-comunistización, un proyecto del anterior Gobierno polaco –finalmente no aplicado hasta sus últimas consecuencias- que pretendía obligar a declarar a un buen número de profesionales si colaboraron en algún momento con los servicios secretos del régimen comunista polaco.
En la misma línea, Lituania se propuso depurar a los ex agentes de la KGB con una ley, aprobada en el Parlamento lituano, que permite vetar el acceso a puestos oficiales a los ex agentes de la KGB durante el periodo de la ocupación soviética.
La huella de sangre dejada por el comunismo aún despierta muchos rencores. El pasado mes de mayo, en Hungría, era profanada la tumba del dictador comunista Janos Kadar, y su cráneo fue robado. En la tumba apareció una inscripción: “Un asesino y traidor no tiene derecho a descansar en tierra sagrada”.
Más moderada, aunque no por ello menos polémica en Rusia, fue la iniciativa del presidente de Ucrania cuando llamó a la reconciliación entre comunistas y nacionalistas. Recordemos que en 1941, cuando Hitler invadió Rusia, millones de ucranianos saludaron a los alemanes como libertadores. Muchos lucharon del lado alemán contra Moscú. Otros constituyeron un ejército nacionalista, la UPA, que combatió al mismo tiempo contra Berlín, contra Moscú y, después, contra Polonia. Al cabo, Ucrania vivió una guerra civil. La memoria de la UPA fue oficialmente condenada por el comunismo. Ahora el presidente Iuchtchenko intenta que comunistas y nacionalistas se reconcilien.