Los mismos keynesianos que han arrastrado España a la quiebra andan revueltos ahora por el hecho de que Alemania, uno de los países europeos con menor déficit público y más credibilidad ante los inversores, haya decidido reducir el gasto para estrechar aún más ese desequilibrio.
¡Anatema! Los gobiernos tratando de ser austeros y de no gastar en esta crisis más de lo que ellos y sus sociedades pueden permitirse: ¡habrase visto!
Los sopapos le han caído a la teutona de todos los lados: de quienes la acusan de poner en riesgo la reactivación de la economía y de quienes la acusan de fastidiar a españoles, griegos y portugueses por encarecerles –aunque sea indirectamente– el coste de sus respectivas deudas. La economía mundial se tambalea por culpa de unos gobiernos irresponsables y manirrotos que, guiados por una teoría económica lamentable, se pusieron a gastar y a endeudarse a unos ritmos jamás vistos y, sí –paradoja de paradojas–, la responsabilidad de todo este desaguisado acabará teniéndola quien se esfuerza por no defraudar sus obligaciones en el futuro cercano.
La situación, salvando las distancias, me recuerda a la de aquellos insensatos que, como Bernanke, reclamaban a los bancos estadounidenses menos contaminados por "activos tóxicos" que –en plena debacle inmobiliaria, y cuando los hipotecados subprime iban a la bancarrota por millares– no acapararan el crédito y siguieran prestándolo para que la gente pudiera comprar casas. Es decir, que la solución para los agujeros negros registrados en los balances de ciertos bancos consistía en abrir otros agujeros negrísimos en los balances de quienes se habían salvado de la quema.
Es cierto que Alemania no es Grecia; pero no porque haya sido tocada por el dedo de Dios, sino porque se ha comportado de una manera muy distinta: ha evitado los déficits excesivos, reconvertido la estructura productiva interna con vistas a recuperar competitividad en lugar de devaluar su moneda, ahorrado en vez de gastar con cargo a las pensiones de nuestros bisnietos...
A medio plazo, nada garantiza que Alemania, o Estados Unidos, o Inglaterra, o el país que sea, acabe siendo Grecia, o España, o Portugal, o Hungría, o Argentina, o cualquiera de esos países cuyas poblaciones han acabado descamisadas; nada... salvo las políticas de austeridad presupuestaria, estabilidad monetaria y reajuste competitivo de las estructuras productivas.
Pese a ello, los keynesianos podrían reclamar irresponsablemente que Alemania, dado que tiene margen para endeudarse, lo haga ahora, en plena crisis, para facilitar la recuperación. En cierta medida, dicen, en estos momentos un Estado solvente puede endeudarse gratis, ya que la recuperación económica que incentivaria con los paquetes de estímulo y con el déficit público generaría a medio plazo el crecimiento de la renta necesario para amortizar la deuda.
El argumento está bien para incluirlo en un guión de ciencia ficción. A la hora de la verdad, hay ciertos problemillas de los que no dejamos de olvidarnos. Por ejemplo, ¿por qué España ya no tiene margen para aprobar más paquetes de estímulo? Porque ha estimulado tanto la demanda agregada con unos déficits descomunales, que ahora está al borde de la quiebra. Si la teoría keynesiana tuviera algún gramo de corrección, alguna utilidad práctica, nuestro país, que fue un modelo de gestión presupuestaria keynesiana (superávit durante los años buenos, déficit enorme durante los malos), debería estar capitaneando la recuperación mundial, en lugar de estar hundiendo a la economía internacional en la miseria. De aquellos polvos keynesianos vienen estos lodos de insolvencia.
Alemania sigue teniendo margen y solvencia para endeudarse porque durante esta crisis no ha escuchado a los manirrotos keynesianos y ha tratado de cuadrar las cuentas. De haber seguido las prescripciones de Krugman y demás aficionados, hoy tampoco tendría prácticamente margen para seguir gastando y el futuro de Europa... no es que fuera negro, sino que estaríamos ya en el foso. Ni planes de rescates a Grecia o a España ni gaitas: todos enterrados bajo la losa de una deuda impagable.
Y, seamos sinceros, ¿alguien en su sano juicio puede creerse que si Alemania hubiese seguido con más firmeza las prescripciones keynesianas de elevar el gasto público hoy habríamos salido de la crisis? ¿Alguien piensa que la economía mundial se ha visto decisivamente lastrada porque la malvada Merkel y el todavía más pérfido Westerwelle han tenido un déficit de sólo el 4%, y no del 10%? Seamos serios. Con muy pocas excepciones, Occidente se ha embarcado en 2009 en unas políticas de impulso de la demanda agregada de deplorables resultados. Lo único que hemos logrado ha sido endeudarnos aún más, por lo que la contracción que habremos de sufrir será aún mayor (a menos, claro, que esta gente que vive en los mundos de Yupi crea que podemos seguir endeudándonos per secula seculorum sin pagar las deudas).
¿Hace falta una mayor refutación empírica del keynesianismo? Pues parece que sí, porque los mismos que se ufanan de que la economía es una ciencia porque emplean los mismos métodos que se estilan en las ciencias naturales son los primeros que se cuidan muy mucho de que la realidad no les estropee una teoría tejida a medida de sus prejuicios ideológicos.
Luego están quienes, con algo –tampoco mucho– más de criterio acusan a Merkel de encarecer con su plan de ajuste el coste de la deuda española. El argumento es el siguiente: si Alemania ya era un país más solvente que España, ahora, tras el ajuste, todavía lo será más, de modo que los inversores preferirán con más motivo aún la seguridad de la deuda alemana que la basura de la deuda española.
El razonamiento tiene su poso de verdad, aunque hay varios puntos que comentar. Primero: si Alemania, en lugar de reducir el gasto, lo aumenta de manera vertiginosa, a la desfalcadora manera Keynes-Krugman, las emisiones necesarias para sufragar su déficit serían tan sustanciales, que hubiésemos visto igualmente subir nuestro coste de financiación (mucha deuda española compitiendo con mucha deuda alemana: ¿de quién fiarse?). Segundo: Alemania se ha comprometido a rescatar parcialmente a países en dificultades, como Grecia y España. Para lograrlo necesitará de un presupuesto saneado y para ello tendrá que reducir su déficit; la red que supone para nuestro país una Alemania solvente vale más que un incremento decimal de los intereses. Por último, pero no en último lugar: en nuestras sociedades tendemos a considerar la virtud ajena como un defecto cuando no nos acompañan en nuestros vicios. Dado que nosotros estamos tirando la casa por la ventana, Alemania tiene que hacer lo propio para que se note menos que estamos hasta el cuello. Ya saben: si toda la clase suspende, los malos estudiantes llaman menos la atención.
Pero deberíamos a empezar a llamar a las cosas por su nombre: si Merkel es una política algo responsable por no añadir más carretadas de deuda al Himalaya de obligaciones que ya pesa sobre Europa, si no hace lo que hace Zapatero, al menos no carguemos contra ella, no la llamemos, precisamente, irresponsable. Si España descarrila, no será porque los alemanes hayan gastado demasiado poco, sino porque nosotros habremos gastado muchísimo más dinero de lo que debiéramos. A quien hay que exigirle que rectifique no es a Merkel, sino a Zapatero.
Parece que muchos todavía siguen instalados complacientemente en la imagen del Estado omnipotente y benevolente. ¿Hará falta que quebremos para que se caigan del guindo?