No sé ni por dónde empezar esto, ni si tengo fuerzas para ponerlo en orden, arrastro tal agotamiento que me cuesta pensar con claridad.
En noviembre conozco a un chico que a priori reúne un montón de cualidades que me atraen mucho (inteligente, con el mismo sentido del humor que yo, con pensamiento crítico, activo, deportista, friki, súper atractivo...). Todavía tengo grabada en mi retina a fuego la imagen de la primera vez que le vi, sobre todo de su sonrisa, y del efecto embelesante que tuvo en mí. Se trata de un chico un poco no sé si introvertido o tímido, que solo ha tenido relaciones serias en su vida y al que le gusta tomarse las cosas despacio. En la primera cita nos besamos y nos agarramos las manos en el portal como si tuviésemos 15 años. Recuerdo llevarme su olor a casa y ser esta de las sensaciones más placenteras que existen. Y como se veía venir, este fue el comienzo de un vínculo tan preciado que hasta tienes miedo de decirlo en alto por si de repente se desvanece. Empiezo a sentir admiración por la persona que tengo delante, con la sensación de que verle sonriendo en la cama desnudos es todo lo que necesito para sentir que vivir tiene sentido. Pero esto no iba a ser fácil. Él es una persona a la que le cuesta mucho abrirse, no le gusta hablar de sentimientos y eso va en contra totalmente de lo que soy yo. Es un poco especialito, y tiene algunas cosas como no quererse hacer una foto conmigo el día que hicimos un mes, que me hacen sentir inseguridad. Además, al mes de conocernos me llega la noticia de que me van a contratar en Ciudad Real y por un momento se tambalea todo, pero terminamos los dos llorando en el coche diciendo que vamos a intentarlo. Recuerdo que me dijese que si le conociera sabría sabría lo raro que es que él se emocione y se muestre así. La relación sale reforzada y continuamos construyendo nuestra historia.
Pasamos unas navidades un poco atípicas, porque él coge gripe A y no quiere pegármelo, entonces está la mayor parte del tiempo con mascarilla y un poco fastidiado. Se siente frustrado entre la fiebre, el malestar, no poder hacer su vida y no poder darme un cumpleaños un poco más elaborado (lo cual a mí me la pela, porque yo solo quiero estar con él). En la sala de urgencias decidimos que ser "amiguinos" no es suficiente y que los dos queremos ser la pareja del otro. Cenamos juntos en nochevieja (aún con mascarilla él) y vemos los fuegos a través de la ventana abrazados y mirándonos como dos auténticos subnormales. Al día siguiente le digo que tengo que hablar con él, viene a mi casa, nos sentamos en la cama y le digo que le quiero y él me responde que también. No podía ser más feliz.
Ahora mismo me siento muy culpable por no haber sabido llevar mejor ese punto. El hecho de que a él le costase expresar sus sentimientos me crea dudas de si él verdaderamente se está enamorando de mí, y le digo que en algún momento necesitaría saber de forma un poco más detallada qué siente por mí. Sin yo saberlo, esto empieza a crear una presión en él que acabará por ahogar la relación.
A lo largo de mi vida las relaciones serias que he tenido siempre se han desarrollado de forma equitativa por ambas partes, como que el enamoramiento, el interés etc. ha sido siempre síncrono, y las personas con las que he estado se ajustaban como un guante al ritmo de enamoramiento que yo sentía. En este caso, él es una persona muy sensible pero que tiene otros ritmos más lentos que los míos y a mí me pilla de nuevas y no sé gestionarlo bien. Además, es una persona muy ocupada (hace gym, judo, pádel, tiene mil amigos y planes) y eso hace que yo a veces sienta un poco de inseguridad porque quizá no me dedica tanto tiempo como yo le dedicaría. Ahora, desde la distancia, me doy cuenta de lo tonta que fui por sentirme así.
En enero hacemos dos meses, recuerdo estar sentada en una cafetería escribiéndole esto:
Recuerdo la sensación de sentirme llena y afortunada. Recuerdo un mensaje suyo unos días después, el típico que lees al despertar, donde me dice que quiere estar conmigo y que quiere pasar todo el tiempo posible conmigo. Le ilusionaba un futuro en común. Y a partir de aquí, empieza una tortura que se alargará meses. Le vienen unas semanas malas en el trabajo y se encuentra muy estresado. Encima, yo no entiendo cómo de mal está porque tampoco le gusta hablar de lo que siente y al principio me cuesta adoptar una forma conciliadora y en lugar de eso me enfado porque se encierra a hacer ejercicio en vez de apoyarse en mí. Además, no está a gusto en su casa, está agobiado por no ser capaz de ir al mismo ritmo que yo y siente que se está forzando (esto lo sé a posteriori). Para colmo, le detectan una hernia y le tienen que operar. Esto significa que se queda sin poder hacer ejercicio (que es su terapia). Se encuentra fatal y yo no puedo hacer nada. Me dedico plenamente a él, a estar ahí para lo que necesite, a apoyarle con todo mi ser. Pero no es suficiente. Cada vez está peor, hasta tal punto que ya no le sale decirme que me quiere, le cuesta besarme y ni hablemos de acostarnos. Le pregunto si está seguro de que quiere estar conmigo y me dice que no lo sabe. Nos tiramos dos horas llorando. Se me viene el mundo encima.
Pasamos una semana sin hablar y le escribo un buen tocho diciéndole todo lo que pienso. Que se ha visto desbordado por todo, me disculpo por si he puesto presión sobre él sin quererlo y le pido que se apoye en mí y no pase esto solo. Él me escribe una de las cartas más duras que he leído. Me explica que ha estado una semana sin apenas dormir, dedicándose a trabajar para no pensar, llorando sin parar. Me dice que nada le gustaría más que decirme que soy la mujer de su vida pero que no sabe qué le pasa, que no sabe si nuestras incompatibilidades hacen posible lo nuestro.
Pasamos un mes separados. Ni que decir tiene que un mes infernal para mí. Retomamos el contacto poco a poco, empezamos a hablar y él está mucho más animado porque se ha comprado una casa, la situación en el trabajo ha mejorado y ha pasado la operación. Ha empezado a ir al psicólogo y a intentar trabajar sus cosas. Hablamos de empezar desde cero y con calma, sin presiones. Tengo que hacer un trabajo brutal por mi parte para sobrellevar esto, un trabajo de paciencia, de mantener a raya la ansiedad y de intentar no agobiarle. Tenemos momentos muy bonitos en los que parece que aún es posible y otros en los que me siento como una puta mierda infecta porque está claro que no hay lo mismo que había antes ni me dedica la misma atención ni afecto. Me dice que tiene que pensar en él y que no quiere pararse a pensar qué siente, que no necesita saber a dónde se dirige esto y que no puede dar más. Soy una cabezona y pienso que el sacrificio merece la pena. Me paso meses ignorando mis necesidades y amoldándome a lo que él quiere o puede dar. Es muy muy duro para mí tener que ser yo siempre la que está detrás de él proponiendo quedar y siempre adaptando mi vida a cuando él puede y quiere quedar para verme (a pesar de que vivimos a 15 min andando). Como os podéis imaginar esto lo único que hace es que yo me sienta en la puta mierda y termino por estar destrozada porque no puedo tenerle aunque le tenga en frente. Sé que tengo que dejarle ir pero no puedo. No puedo porque sigo enamorada de él. Pero llega un punto en el cual ya ni soy capaz de disfrutar de estar con él, no soy yo misma, tengo miedo de hacer o decir cualquier cosa que le haga alejarse. Me siento horrible porque ni mi mejor esfuerzo es suficiente para que vuelva. Mi autoestima cada vez está peor porque él tampoco es muy de dar feedback positivo, y cualquier crítica o comentario, aunque sea medio en broma, la recibo como un puñal en el pecho. Pasa una semana rara en la cual no hablamos apenas, aunque nos vemos el finde y veo que está muy poco cariñoso. Vamos a la piscina y no me besa. Nos acostamos y no veo apenas cariño. Lo hablo y me dice que es algo puntual de esos días, que a veces estará mejor y otras peor, pero que no pasa nada más. Yo sinceramente no puedo más. Acostarme con él de esa forma es como traicionar lo que un día fuimos y lo que siento por él. Me parece denigrante. Así que tomo la decisión de decirle que es hora de pasar el duelo y me despido de él.
Estoy agotada y no sé de dónde voy a sacar fuerzas para recomponerme.
PD: uso esto como desahogo y porque quiero tenerlo recogido para reflexión dentro de un tiempo. Cualquier comentario a malas os lo podéis ahorrar porque no tengo paciencia ahora mismo para ello.
PD2: no, no hay otra.