De todos los niños que fuimos preguntados allá por aquellos felices años 90, ni uno solo de nosotros pareció sentir el más mínimo interés en acabar sus días como "oficinista". Todos optamos por escoger trabajos vocacionales como médico, dibujante, bombero o policía. Ni siquiera Ramonchu, el friki abusado hasta sangrar por todos de la clase, sentía el más mínimo interés en verse en un futuro rodeado de papeles, pantallas de ordenador cegadoras e interminables y soporíferas columnas excel. Él quería ser viajante por toda España y vender enciclopedias como su padre.
De todo eso ya ha llovido bastante. Sin embargo, tras esas inocentes charlas entre aquellos chavales en la hora del patio, se encuentra el origen de la diferencia entre la frustración y el éxito de los adultos que hoy ya somos. Sólo la mitad de aquellos chavales cumplió su sueño y se ha dedicado a lo que realmente quería: Jose es mecánico, Miguel es poli, Chema ingeniero, Juan político, Javi barman de su propio local y el resto, oficinistas.
Oficinista (o trabajador del sector terciario para los ofendiditos) es el trabajo que más abunda en Infojobs. Curiosamente, hasta hace unos años habría sido un empleo -que no oficio- muy bien visto por los padres de aquellos chavales, que, hartos de desempeñar trabajos físicos, veían como amos del universo a todos aquellos encorbatados de aspecto refinado en un centro impecable con aire acondicionado. "¡Ojalá yo trabajase en una oficina!" solían decir aquellos padres, deseando darle a sus hijos la mejor educación para que ellos pudieran acabar siendo lo que ellos nunca pudieron ser.
Pero la vida da muchas vueltas y lo que ayer era considerado algo buenísimo hoy puede ser considerado lo peor de lo peor. Porque no nos engañemos, estamos cansados de oír que si hoy ciertos jugadores de fútbol viviesen, le darían mil vueltas a Ronaldo o Messi, pero no es verdad: ni eran tan buenos entonces y ni mucho menos hoy en día estarían a la altura.
Y es que el oficinismo se sonroja porque se reconoce en esta comparativa; ya era malo entonces y sigue siendo peor hoy en día. Porque veamos: ¿Para qué sirve un oficinista? Para nada, y digo para nada cuando te das cuenta de que la práctica totalidad de papeleo en una empresa en 2020 es prescindible y que un tío desde su casa podría perfectamente gestionar. Pero es que alguien en su sano juicio habría sido un niño que dijese "yo quiero trabajar rodeado de papeles que al final nunca sabes adónde va a parar de nada de lo que hago?" ¿Alguien habría querido dedicarse a quemarse los ojos en una pantalla? Sentado 8 horas al día, encerrado en un cubículo con vistas a un polígono y sacando cuentas -casi ayudado del que finalmente se dedicó a ser profe de mates- de que el resultado final de su fracaso vocacional si contamos en 35 años de vida laboral es el de comerse una condena real de SIETE AÑOS de encierro en un edificio?
El oficinismo no es un oficio. Ni siquiera es un trabajo. Es solo un empleo sin vocación alguna. Y la inexistencia vocacional acaba, tarde o temprano mellando en la mental del empleado. Porque se da cuenta que lo que está haciendo no es natural, no viene inherente en la condición humana, como si lo viene el salvar vidas, ayudar a otras personas, enseñarles o alimentarles. Nuestro cuerpo no quiere estar sentado 8 horas delante de una creación que no venía incluida con la naturaleza. Quiere moverse y quiere hacer algo creativo y que de un estímulo a su capacidad de disfrute personal y al de otras personas. Eso sí es lo natural.
Ser oficinista es no saber muy bien a qué se dedica uno; dado un grupo de personas con empleos vocacionales, cada uno irá diciendo su oficio junto con su actividad principal: "soy médico, salvo vidas". "Soy bombero, apago fuegos y rescato a personas". "Soy piloto, piloto aviones". "Soy conductor de autobús, conduzco buses". Pero un oficinista nunca sabe qué decir: "soy oficinista, trabajo con papeles". O, si es sincero "estoy en una oficina haciendo algo que no sé muy bien el qué". No importa si gana 16.000 brutos anuales como 61.000. Un oficinista es eso: un tío sin vocación en un eterno trabajo "de mientras", para otro que nunca llega -ni llegará-, que vive su vida en modo automático en una senda autodestructiva de inexistencia vocacional que se dedica a picar teclas en un entorno antinaturalmente depresivo y sin valor vital para el individuo.
"Pero chico, que las facturas no se pagan solas". Excusas. Sencillamente elegiste mal y ahora ya no te apetece rectificar. Eres un cómodo. Asúmelo: detestas tu trabajo y consideras un suplicio despertar por las mañanas para realizar una tarea robotizada sin sentido, mientras vas viendo el sol filtrado por ese ventanal de ese elegante edificio de obra nueva, entre cuatro paredes blancas y 10 personas que a tu mente le parecen 100 por la penosidad de sus existencias y la toxicidad contagiosa de su fracaso en vida. Tú sigue así, que a este paso pronto verás a tus demonios diciendo aquello de "vamos, hazlo, te están esperando". Y ya sabes a qué me refiero.
¿O estrujarás esa vida miserable como un folio lleno de números infectos y darás el paso para comenzar a vivir tu PROPIA vida?