Ayer volvía del trabajo conduciendo, como todos los días. "Kilómetros basura", como yo los denomino, porque no tienen como objetivo ningún tipo de disfrute, sino que se realizan por necesidad, de forma puramente útil.
Recuerdo cuando era pequeño, en los años 90, y se decía que el petróleo se iba a acabar en 2040 o por ahí. A mi me gustaban mucho los coches, y soñaba con tener, algún día, un Mitsubishi Lancer Evolution en el garaje. Pero pensaba que desgraciadamente solo iba a poder conducir un coche durante 20 o 30 años, lo cual me generaba algo de tristeza. Al menos había ilusión, la ilusión de crecer, conseguir ciertos objetivos vitales, y tener algo de éxito.
Seguí creciendo y empecé a imaginarme como sería mi vida si hiciese las cosas bien. Me imaginaba mi vida con un buen trabajo, que me proporcionase un salario suficiente para posicionarme dentro de la clase media. Una buena vivienda, un buen coche, poder tener mis caprichitos, mis viajes, y aún así saber que iba a llegar bien a final de mes y que en general iba a poder tener una vida cómoda, pero trabajando de algo que me gustase.
En lo sentimental me imaginaba la típica historia de amor. Enamorarme hasta las trancas de una mujer preciosa, noble, educada, poco promiscua, con estudios y también un buen trabajo. Pero sobre todo leal, que me quisiese y sintiese lo mismo por mi que yo por ella. Poder tener hijos, disfrutar de la vida en familia y tener lo que se supone que es "la vida ideal". Que llegasen las navidades y hubiese felicidad en casa y detalles cariñosos por parte de todos.
Sin embargo me siento atropellado por mis circunstancias y por el futuro que finalmente he tenido.
Mi vida no es lo que yo esperaba que fuera. Estudié, conseguí un trabajo estable, que me gusta y "relativamente" bien pagado (bien pagado para lo que se ve por ahí), un coche mediocre, una vivienda mediocre, y una novia/mujer que me quiere muchísimo y a la que yo también quiero muchísimo, pero que no es ni ha formado parte de la historia que yo esperaba (tampoco tengo hijos aún).
Y alguno pensará ¿Cuál es el problema entonces? Pues el problema es que de las expectativas a la realidad hay un mundo, y siento que me he quedado bastante corto.
No he conseguido prácticamente nada de aquello con lo que soñaba. Jamás tendré el coche de mis sueños, ni el trabajo de mis sueños, ni la vivienda de mis sueños, ni la relación sentimental de mis sueños.
Tengo una vida standard en la cual me levanto, me aseo, voy al trabajo, vuelvo del trabajo, hago algo de deporte (porque además soy un cuerpoescombro y me he quedado calvo) y llego a casa con mi novia, que cada vez está más gorda, más dejada y es más conformista. No tengo hijos, pero tengo gatos. Tengo mis hobbies y trato de disfrutar de ellos, pero sin embargo tengo una sensación continua de estar como muerto por dentro, como infeliz, atrapado en la rutina, controlando el gasto y permitiéndome algún capricho, algún viaje, pero nada fuera de lo normal.
Y pienso, ¿Qué pensaría de mi aquel niño o adolescente que soñaba con una cierta vida, de forma inocente, si viese lo que al final ha sido el resultado? ¿Tan mal lo he hecho todo? ¿Podría haber triunfado mucho más si me hubiese esforzado mucho más, o es todo mentira?
Además, conociendo la situación del mundo, y la de muchas personas, todavía tendría que dar gracias de que tengo lo que tengo, y no menos. "Me quejo de vicio" diría alguno. Y no digo que no. Solo digo que no he conseguido mis objetivos y que eso me produce cierta infelicidad. No soy tan feliz como esperaba ser.
La pregunta es: ¿y esto como se digiere? Con "treintaytantos" muchos pensarán que se es suficientemente joven para dar un cambio radical, pero yo creo que no. Considero esta edad una edad crítica en la que, o tienes hijos y formas una familia, o empieza a estar la cosa complicada. No es momento de arriesgarlo todo y buscar otro trabajo, otra casa y otra novia, porque tampoco estoy precisamente en mi prime como para optar a lo que esperaba de adolescente. Se me ha pasado el arroz, game over.
Carne de divorcio, de deudas, de estar atrapado y de quedarse con las migas, tendré que hacerme a la idea.
Ya no me imagino la vida plena que me imaginaba cuando era joven. Una vida pura y llena de felicidad. Eso ha quedado como algo en lo profundo de mi corazón, un secreto íntimo que no puedo revelar porque derrumbaría lo poco que tengo.
Ahora me imagino una vida selvática, llena de frenetismo, incertidumbre, monotonía y a tirar del carro.
Levantarse por la mañana con los lloros de algún Izan (al que para mayor desgracia le gustará el fútbol) y el intenso olor de la mierda de gato recién servida en el arenero. Asearse, mirarse al espejo y ver el fracaso, la cara de la supervivencia. Tomar un café que sabe a auténtica mierda, llevar al niño al colegio, aparcar encima de la acera y lanzarlo fuera, no vaya a ser que coja atasco y llegue tarde a un trabajo en el cual el jefe ya es más joven que yo. Volver del trabajo, recoger al niño y dejarlo en alguna extraescolar. Hablar con algún padre o madre que aparenta que todo está bien, aunque esté igual de muerto por dentro que yo. Volver a casa, ya avanzada la tarde, sin tiempo para uno mismo, es casi la hora de ir preparando la cena. Y hablar con mi mujer, pasada ya a estas alturas 20 o 30 kilos, demacrada por el paso del tiempo, administrativa en algún cubículo infecto, pero conforme. Cenar y acostarse. Nada de sexo, porque el sexo ya no se tiene por placer, sino para satisfacer una necesidad fisiológica y si, con suerte, ambas personas acceden ese día concreto. Algo rápido, por cumplir.
Algunos días, en mis peores momentos, me gusta imaginarme que los universos paralelos existen, y que en uno de ellos mi yo de ese universo paralelo lo ha conseguido. Me imagino esa vida ideal y a él disfrutando de ella. Está feliz. Y en ese momento, aunque desdichado, también me siento feliz, porque pienso: Lo has conseguido, hijo de puta.