#14 Wins.
El Laydown es un antro de gafapastas. Dejar los maniquíes que tiraron los del local de al lado como atrezo = insta-art.
Yo una vez iba en pleno agosto por Madrid muerto de hambre y sed, algo perdido aunque era cerca del Barrio del Pilar, y vi un discreto restaurante chino donde decidí entrar para mi regocijo en sus artes culinarias y calmar mi anhidria con refrigerios.
Lo que era discreto por fuera por dentro era pura opulencia. El sitio estaba petado a pesar de que en la calle no había ni San Cristo, pero petado de chinos y del humo de los puros que se estaban fumando. El de la puerta me miró un poco raro, mientras me dijo "ni hao ma" con poca convicción, a lo que contesté "wo hen hao" como reflejo de mis frustradas clases de chino mandarín.
Me dirigió a una solitaria mesa en una esquina, pero desde donde podía ver todo el local, y me facilitó una carta... íntegramente en chino. Tampoco había cubiertos, sólo palillos, aunque alguno de los chinos de traje emanadores de humo tenía. No entendía nada de la carta salvo pato, 鸭, que casualmente es un plato que odio en cualquier presentación, así que señalé a la camarera platos al azar guiado por alguna foto que acompañaba el texto y evitando los que tuvieran ese ideograma maldito.
Una vez bajada la carta de mis ojos vi del todo a la camarera, y parecía que me habían sacado a Lei Fang del Dead or Alive. El corte lateral del vestido era tan exagerado que no hacía falta que hiciese mortales patadas en el aire para que se le viera el hilo del tanga sobre la cadera. Luego vi más camareras pasar, y alguna se llevó una palmada en el culo de una mesa de chinos especialmente viejos, vestidos de traje y también echando humo; las perfectas nalgas resonaban entre tanto chan chin hua, hua he chin que me taladraba la cabeza. Ante la posibilidad de que la mafia china me troceara e hiciera negocio con mis órganos, evité seguir el ejemplo de esos simpáticos y verdes abuelos.
Total, me sirvieron dos sopas de sabor indescriptiblemente fantabuloso y un coso raro que sólo sé que tenía pato, almendras, salsa y pétalos de una flor que no identifiqué, que a pesar del pato me resultó rico. Y una jarra de sangría que no sé si pedí o me la sirvieron porque mi cara la pedía.
A la hora de pagar no entendí nada, ellos tampoco a mí, y un joven y amable chino de una mesa cercana hizo amablemente de intérprete, aunque tampoco es que fuera un sillón de la Real Academia, precisamente. Le di las gracias, me dijo "Mucho chino, ¿sí?", y le dije "Sí, sí" y abandoné el lugar.
He intentado varias veces volver, pero no he conseguido encontrarlo, así que te he soltado un tocho que no te sirve para nada.