Un humilde servidor, al amanecer anterior al de ayer, estaba presente cual anonadado predisgitador, sentado en mi yurbe, vi a un individuo al fondo de mi estrecha calle. Había vuelto el pregonero.
E, indignadísimo por ir en contra de sus principios, recitó, palabra por palabra, ese texto tan desafortunado con el que algún inexperto mancebo había osado a manchar un pergamino.