Ella descubrió que estaba riéndose de su propia autocondena. Puerilmente, no quiso hacerlo.
-No me sermonees- intentó poner en su voz todo el desdén posible.
Él lo notó. Sus ojos se volvieron fríos y distantes.
-No le escupas a un amigo- dijo.
Ella no quería que él se enfadara, pero no pudo evitar decir, fría, furiosamente:
-No eres mi amigo.
Por un momento tuvo miedo de que él la creyera. Entonces una sonrisa apareció en su cara.
-No reconocerías a un amigo si lo vieras.
Sí que lo haría, pensó. Veo uno ahora. Le sonrió.