Creo no equivocarme diciendo que muchos hemos crecido con el prejuicio de que cualquier cosa rodada en blanco y negro iba a ser, con casi total seguridad, un peñazo. Y los que ya peinamos canas y nos hemos visto obligados a ver televisores en blanco y negro, o simplemente los infames CRTs en los que cualquier parecido con lo que se proyectaba en la pantalla del cine era mera casualidad, quizás mas aún: pues no crecimos con el gusto por lo retro que se estila ahora. A diferencia de los chavales de ahora, sabíamos que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, la década de los 80. Y los 80, por más que algunos tuviéramos la TV del abuelo heredada en nuestro cuarto, eran la antítesis del blanco y negro.
Pero, ironías de la vida, tras años y años de sufrir en las salas de cine con los subproductos que cada vez con más frecuencia se dan en ellas, llega cierto momento en el que, quizás buscando respuesta a la pregunta de ¿cómo hemos llegado a esto?, alguno de nosotros se preguntará si es posible que entre todo ese celuloide protagonizado por personas largo tiempo muertas, se puede encontrar algo de valor que nos haga volver a apreciar el séptimo arte. Y puede que lleguemos a la desconcertante conclusión de que, desprendidas del artificio, las historias de estos desconocidos, habitantes de un mundo que siempre nos pareció tan lejano y distinto al nuestro, el mismo que habitaban nuestros abuelos, el nodo, el rosario y la misa de las doce, pueden ser más reales y cercanas que casi todo lo que vomita hoy en día la industria.
Lo cierto es que nunca ha sido tan fácil disfrutar del cine de la primera mitad del siglo XX como ahora. Y esto se debe a varios motivos, como la disponibilidad de aparatos capaces de reproducir con fidelidad casi absoluta el film analógico, incluyendo proyectores bastante resultones y asequibles. O del incansable trabajo de recuperación de film mudo que se daba por perdido o dañado irremediablemente. O al hecho de que empieza a expirar el Copyright de las películas anteriores a 1927, con lo que no necesitamos ni buscar torrents ni plataformas.
Vaya por delante que no venimos aquí a hacer el snob y sufrir viendo tostones infumables para creernos alguien, sino todo lo contrario: a redescubrir todas esas joyas que han envejecido como el vino, incluso aunque no siempre gozaran en su día del éxitos en taquilla o alabanzas de la crítica. Películas como Metrópolis, Intolerance o el Acorazado Potemkin sin duda son dignas de estudio por los profesionales del cine, pero seamos sinceros, son un puto coñazo de ver para el espectador y un sinsentido de guión.
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