PRÓLOGO
La Gran Tregua
Algunos ya me conocerán por mi periplos en la fortaleza de SilverSilk. Si, por raro que parezca, un servidor ya tiene muchos años, y ha viajado por todo el mundo conocido y no tan... conocido. Os seré sincero.
Tras los acontecimientos en SilverSilk, cuya narración encontraréis en mis obras pasadas, decidí mudarme a los pueblos élficos. Como no entraré en detalle, pues así lo he prometido, solo diré que obtuve un regalo especial. Viaje a otro continente que no aparece en los mapas.
Aquí viven humanos, enanos, goblins y kobolds como de donde provengo pero... la mayor parte del continente lo ocupan los elfos. Esto no es raro según comprobé al poco de llegar. Los elfos de aquí llevan en guerra con las demás civilizaciones desde que el mundo es mundo, apoyados por los elfos del continente de donde provengo.
Así empieza la historia de, lo que me lleva a pensar que el mundo no se rige por casualidades, GoldSilk.
Antaño, las guerras de elfos contra enanos eran escasas, puesto que ambas razas no tenía fronteras en disputa. Los años, y la continua expansión de los elfos de esta tierra, hacían que comiesen terreno, incluso adentrandose en montañas y colinas, que con cantos y rituales, cubrían con el manto de la naturaleza.
La última guerra de los elfos contra mi raza, fue devastadora, a pesar de durar menos de un año.
Usaban como carne de cañón animales entrenados totalmente desconocidos por los de mi raza.
Hastiados de pelear contra las bestias que enviaban los elfos como avanzadilla, el Rey Udil, líder de The Laborious Roads, decidió jugar las cartas de sus enemigos a su favor. Mandó llamar a Solon, uno de sus mejores exploradores.
Tras la breve reunión con su majestad, Solon reunió una pequeña comitiva que tendría que traspasar las tierras de los elfos sin hacerse notar, para finalmente llegar a un desierto donde los humanos decían que habitaban monstruosas criaturas llamadas ELEFANTES. Su labor, aprender a domesticar y criar a toda criatura salvaje de la zona, y llevar esos conocimientos a la civilización, a la vez que fundaban y mantenían una fortaleza que sirviese de refugio a las criaturas que debían darle la victoria una vez volviesen a la guerra. Algo que se creía muy cercano.
Así llegaron nuestros enanos a la tierra prometida, donde el sol sería su primer enemigo, pero no el último.