Cualquier persona que con mas de 18 años pertenezca a una tribu urbana tiene serios prolemas mentales o de autoestima.
Dicho lo cual, en mi experiencia los dibujitos animados chinos son una de tantas maneras de evasión disponibles para gentes marginadas. Verlos no te convierte en deshecho social, aunque personalmente creo que hay formas mejores de aprovechar el tiempo. Pero cuando se combinan el afán por los dibujos animados chinos y una personalidad débil, surge un ser que inspira repugnancia allá donde va.
Tíos gordos y con obvios problemas de caracter social que se disfrazan de metrosexuales con espadas de 2 metros (¿Freud?), niñas de 16 años que creen que ser ruidosas y decir frases hechas en japonés las hace monísimas, frikis acomplejados de su propia ignorancia que atribuyen a la animación nipona un grado de calidad y profundidad tal que parecieran estar hablando de Dostoyevski. No todas las personas que ven dibujos animados chinos son así, pero es una afición que tiende a generar personas las cuales son repulsivas de una forma muy específica.
Sobre temas de si el lolicon es delito (tiene de moral tanto como pajearse con mutilaciones, repele a la mayoría pero no es un delito real) o si la gente que ve este tipo de dibujos animados tiende a la violencia, es mejor no entrar al trapo. Esas chorradas se las dejamos a los programas que ven nuestras madres por las mañanas.