DISCLAIMER: Este hilo está relacionado con este otro que ha sido popular durante estos días, pero he convertido la respuesta en otro hilo ya que trata el tema desde una perspectiva distinta. No obstante, al lector que no haya visitado el otro hilo, le recomiendo echar un vistazo rápido al otro.
También cabe destacar que esto es opinión propia y que hay partes que pueden ser muy criticables y discutidas. Invito a todo lector que disienta en algo de lo expresado, a corregirme o extender información.
Otra nota: este texto se centra especialmente en la izquierda, aunque la crítica general que veréis aquí se aplica a todas las direcciones de la militancia del espectro político actual. La temática general analiza por qué la izquierda ha comenzado a abandonar el debate y el uso de la razón como prioridades primeras, para centrarse en otros valores que, en mi opinión, la dañan gravemente.
La modernidad y los tiempos de altura
José Ortega y Gasset en "La rebelión de las Masas", definía la modernidad como la época en la que la humanidad decía haber alcanzado una altivez jamás soñada en tiempos anteriores. Cada vez más personas disfrutaban de lujos que antes estaban sólo destinados a unos pocos, y el número de posibilidades de cada ser humano era cada vez mayor. En resumidas cuentas, esta época creía ser el culmen de la humanidad, una suerte de fin de la historia y el nacimiento de una nueva humanidad radicalmente distinta a todas las anteriores. Y es que bien sabido es que la época anterior a la 1ª Guerra Mundial fue definida por una época de bonanza en Occidente, ya estando la revolución industrial bien asentada en dichas sociedades, dotando una serie de facilidades y posibilidades a cada ciudadano que antes eran impensables.
De aquella, nadie se esperaba que el siglo XX fuese a producir un cambio drástico en la sociedad que sería incluso mayor al que se había observado entonces, con el Renacimiento, la revolución industrial, y el hijo de ambas, que parecía ser la modernidad. El tren del progreso occidental, que en aquel entonces parecía imparable, comenzó poco a poco a descarrilarse según la 1ª Guerra Mundial azotó Europa, y los rusos se rebelaban contra el zarismo, uno de los régimenes autoritarios más duros de la historia. El capitalismo se empezó a poner en entredicho según la Gran Depresión atacó a todo Occidente, no sin venir acompañada de una serie de levantamientos fascistas en numerosos países. Y por si fuera poco, el monstruo dormido que se creó con el Tratado de Viena, despertó poco después con la subida de Hitler al poder y la formación del III Reich.
La modernidad estaba en crisis. En una profunda y gigantesca crisis que se veía en lo social, en lo económico, y en lo político. El progreso social que se había realizado hasta entonces, y la relativa paz que vino de la mano, se esfumaron totalmente de la mentalidad occidental según millones de personas fueron aniquiladas en la guerra más brutal de la historia. Las economías de muchos países, en la total y absoluta ruina. Hasta la promesa que venía del Este demostró no ser tan prometedora a fin de cuentas, según Stalin sustituía a Lenin y millones de disidentes morían a base de realizar trabajos forzados en Siberia, así como otros tantos millones de soldados eran enviados a Stalingrado a morir como perros para aguantar el avance de las tropas nazis. Todos aquellos valores de liberté, egalité fraternité que nacieron en el S. XVIII e impregnaron, con mayor o menor eficacia, el tejido social occidental, se vieron arrancados de cuajo de todo cuanto se conocía. La humanidad ya no estaba en esa "gran altura" que se creía que estaba... si es que lo había estado en algún momento.
Muchísimos países aunaron fuerzas para parar a estas bestias que amenazaban aquellos valores modernos sobre los que se asentaban sus respectivas sociedades. Fue entonces cuando apareció la, probablemente, arma que más cambió jamás la humanidad: la bomba atómica. Ésta puso fin a la guerra con Japón, y oficialmente, con toda la segunda guerra mundial. Los japoneses pasaron de tener una voluntad férrea por tomar lo que consideraban suyo, a arrodillarse ante el imparable poder de esta arma. No tenían nada que hacer. El coste de vidas de su población fue tal, que las únicas opciones eran rendirse o morir... y nadie quiere morir, ni siquiera el valiente pueblo japonés.
El racionalismo como mecanismo destructivo
La razón, esa herramienta que había jugado un importante papel en la construcción de los valores occidentales, también había alimentado el progreso tecnológico de los nazis que les ayudó a sobreponerse al resto de naciones, ganar de forma aplastante prácticamente cualquier batalla durante los inicios de la guerra, y a matar a aproximadamente, 11 millones de personas. Los bombardeos americanos sobre ciudades alemanas y japonesas, con material militar puntero, también se ayudaron de las ventajas de la ciencia y la tecnología para sembrar destrucción, y la explosión de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, con el pretexto de acabar con la guerra y así salvar más vidas, supuso el mayor sacrificio moral que jamás hemos visto. La frase de Oppenheimer, "Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos" hizo ver lo endeble de dicha justificación. Y es que, ocasionar la muerte de cientos de miles de personas en un chasquido, no es algo precisamente fácil de digerir.
El fin de la segunda guerra mundial, y pasar al período de Guerra Fría entre USA y la URSS, evidenció una serie de verdades incómodas que finalmente, mató a la idea de que el ser humano había alcanzado esa "altura de los tiempos" que se creía: las innumerables muertes por no ser de una raza determinada, el colapso de la bonanza capitalista, el alzamiento de la tiranía en el único sistema que parecía prometedor, el intolerable malgasto de vidas realizado durante la guerra, el sacrificio de cientos de miles de personas por ponerle fin... ¿a dónde nos había llevado el raciocinio, sino a actuar como medio de mejorar las armas y herramientas que los tiranos utilizaban para sembrar el mal?
«Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie», decía Theodor Adorno, uno de los filósofos de esta época que junto a Derrida, empezaron a promover un pensamiento que llamaba a liberar a la humanidad de sus cadenas, aprendiendo de autores como Marx o Freud. La idea de esta denominada "teoría crítica", pese a que tiene muchas distintas denominaciones, podría resumirse que busca liberar a los seres humanos de sistemas potencialmente opresivos y causantes de muchísimas víctimas, como había demostrado haber hecho el capitalismo, los regímenes autoritaros, y hasta el Estado en sí.
La llegada del posmodernismo
Michel Foucault, posterior a estos autores, siguió su trabajo y empezó a presentar ideas derivadas del marxismo que hacían ver que los seres humanos, estamos constantemente ejerciendo "relaciones de poder" los unos con los otros. También fue un claro defensor del constructivismo: que todo concepto que tenemos es una construcción mental.
Estas ideas, cogieron fuerza con rapidez en todo Occidente, y pronto se vieron combustionadas por los hallazgos en mecánica cuántica, e inspiradas por una repulsión hacia todo mecanismo que pudiese ejercer algún tipo de opresión. Pronto se radicalizó el término de constructivismo hacia posturas ontológicas que defendían un constructivismo fuerte (que defiende que nada existe; sólo son construcciones sociales). La idea de que no tenía sentido hablar de una realidad objetiva. La -evidentemente contradictoria- idea de que la ciencia era un mecanismo de opresión del Estado contra la población, y de que el raciocinio era, exclusivamente, una construcción. Una cuidadosamente diseñada para mantener al pueblo oprimido, y perpetuar las relaciones de poder existentes en aquel entonces.
Primero con Adorno y la escuela de Frankfurt, y luego con Foucault, y todavía más aún con la malinterpretación de todos éstos, surgió de entre las cenizas una especie de lema no escrito, pero bien presente en la sociedad. Un lema que clamaba libertad, un lema que quería evitar que volviésemos a caer en los errores de inicios del S. XX, un lema que quería desatar toda cadena posible: "nada es verdad, todo está permitido". Estas palabras, supuestamente pronunciadas por Hassan-i Sabbah hace ya más de un milenio y que a alguno le sonará por Assasins Creed, dejaban entrever que los cimientos de toda sociedad son frágiles, y se sustentan sobre una serie de normas que ésta misma se imponía.
Con el posmodernismo tocando a nuestra puerta, cada regla supone un mecanismo de opresión, y por tanto, un posible vector de opresión de aquellas personas privilegiadas, contra las que no. La opresión que la burguesía ejercía sobre el proletariado, y contra la que Marx luchó activamente a través de sus reflexiones, se vieron de pronto impregnadas en todos y cada uno de los aspectos de la sociedad. La razón, pese a que inicialmente formaba parte de los métodos de la Teoría Crítica para liberar a la humanidad de sus ataduras, mantuvo su inercial denominación de "destructiva", ya que el recuerdo del siglo XX sigue vivo hasta nuestros días. Es por ello que pasó a un segundo plano de importancia, y otros valores como la compasión, y la búsqueda de la igualdad y fin de opresión de unos colectivos hacia otros, tomaron el relevo.
No nos engañemos; ya en el siglo XIX había movimientos progresistas que perseguían estos fines. Como bien sabido es, la propia revolución francesa iba por esos derroteros (pese a que pronto se corrompió). Nietzsche criticó estas conductas dado el hecho de que estos valores limitaban el crecimiento del individuo, por la contra tratando de igualar todos los estratos de la sociedad, y abogó por una visión más crítica de toda creencia, incluidas las religiosas y éticas, que eran las más impregnadas e intocables dentro de la sociedad. Él mismo decía en El Anticristo que la brutal importancia que se le daba a estos valores, no era más que una herencia clara del cristianismo, y que estaban destinados a perpetuar la condición del humano decadént, a justificar la moral del esclavo, alejada del vitalismo que según él, la vida debería seguir, y que encontraba mejor perseguido en las enseñanzas budistas.
Pero todo su pensamiento fue brutalmente vilipendiado en los países nórdicos después de la 2ª GM, dado el hecho de que al parecer, el propio Hitler había basado su pensamiento en la literatura de Nietzsche. A día de hoy sabemos que malinterpretó al autor alemán de una forma grotesca, pero eso no parece ser hecho suficiente como para que se tengan en cuenta sus -en mi opinión, más que necesarias- críticas hacia la aplicacióin radical de los valores progresistas... o de cualquier valor en sí. Dada esta situación, este olvido del pasado, y los recientes hechos en Europa, el racionalismo como doctrina filosófica siguió enterrado, viéndose en una prioridad mucho menor de la que estarían estos otros valores morales que comentaba antes. No importaba si algo era cierto o no; lo importante era si era justo o no. Lo único importante era acabar con las relaciones de poder, ¡incluso si para ello había que abandonar la razón!
Con esta situación a la vista, gran parte de la intención que perseguía la Teoría Crítica se esfumó (su propósito de usar la razón para estudiar la sociedad). Los valores éticos que promovían este movimiento fueron poco a poco permitiendo menos crítica, y se transformaron en una especie de doctrina que poca o nula crítica merecían. La izquierda social, el progresismo, movimiento que antes se basaba en motivos objetivos y racionales para facilitar la vida a todo el mundo, comenzó poco a poco a abandonar el uso de la razón y a sustituirla por la ciega creencia de que sus valores éticos no debían ser cuestionados.
Historia reciente y encendimiento de la "mecha" de la ignorancia
A lo largo de estos últimos siglos, la derecha social (y hasta económica) vio perdidas innumerables batallas frente a la izquierda. Esta última, enarbolando el uso de la razón a lo largo de largo de la historia, produjo muchos grandes argumentos que justificaban con creces la aplicación de la tolerancia, la igualdad, y una mejor situación general para todo el mundo. Llevada por la razón y una actitud innovadora, fue arrinconando cada vez más a la derecha, conservadora y pragmática. Considero que la segunda mitad del S. XX tuvo un buen panorama político izquierdista que logró muchos avances sociales de los que podemos sentirnos orgullosos.
El ideario social de izquierdas se conservó simple, no tuvo que enfrentar grandes problemas intelectuales, y avanzó su paso con facilidad a lo largo de casi toda la geografía política del globo. Las ideas que la izquierda defendió hasta la última década, no distaban mucho de las iniciales, construidas a través de la razón, por lo que su fuerza estaba más que justificada. Eventualmente, problemas como el racismo, el machismo o la homofobia, fueron menguando a nivel político, según se aprobaban leyes que aseguraban garantías para todos los colectivos por igual en muchos países, algo que todavía está sucediendo a día de hoy.
Pero un mundo sin enemigos, es un mundo aburrido. O algo así debieron pensar quienes encendieron la mecha de la discordia. El mundo volvió a ver la oscura naturaleza humana (¿o de la vida en general?) con el atentado del 11S, ya fuera por motivos religiosos o por intereses del gigante americano, así como la radicalización islámica (que muchos teorizan que viene de ello) que siguió, así como la gran crisis económica que nos azotó en 2008 empeoró drásticamente nuestro estilo de vida, y de nuevo la gran sombra oscura de la sociedad humana como conjunto, nos azotó a todos.
Creo que esta sensación de desamparo y falta de seguridad, unida a la aparición de Internet, y profundamente conectada a una crisis existencial que lleva sufriendo Occidente desde que gran parte del mismo abandonó las religiones, provocó una nueva "búsqueda de la utopía" por parte de la izquierda. Una especie de nueva "teoría crítica" a modo de solución de todos y cada uno de los problemas de la sociedad, pero esta vez, extrapolando el trabajo de los autores posmodernistas, y en especial medida Foucault, a todos los estratos de la sociedad. Esta vez había que acabar con todas y cada una de las opresiones existentes.
Pero una peligrosa semilla acechaba: la izquierda política, pese a recientemente victoriosa, tenía una nueva fundamentación ideológica que requería de un complicado ejercicio de interpretación. Los pensamientos posmodernistas eran peligrosamente desvirtuables si no se posicionaban en unas condiciones determinadas, y éstos salieron a la luz en cuanto estos nuevos problemas emergían en el mundo. La primera respuesta fue evidente: según se conocieron las evidencias de que el atentado del 11S se habría podido amañar, el capitalismo volvió a ser brutalmente atacado por parte de la izquierda. En las primeras redes sociales y foros, no era extraño ver una especie de "unión" por parte de gran parte de la gente, en contra del imperante sistema económico y sus excesos, ya más que evidentes en aquel entonces.
La muerte de la esperanza, y la victoria del odio
La crisis del 2008 y el constante aumento de popularidad de las redes sociales y otros "medios de opinión", produjo que esta constante crítica hacia el capitalismo siguiera vigente hasta nuestros días. Una sociedad en desidia, desesperanzada consigo misma, cuyas críticas llevaban décadas perdiendo fuerza al alejarse del raciocinio, cada vez daban menos y menos frutos en su lucha contra un sistema que llevaba un siglo demostrando ser disfuncional.
De pronto, tenemos una población con la misma crisis existencial que lleva asolando Europa un siglo, pero con ideas mucho más endebles, con una idea totalmente desvirtuada de la razón, y con premisas incuestionables. Es el perfecto caldo de cultivo para que el odio campe a sus anchas, escudándose en una extremadamente relativista moral que se autojustifica rompiendo cadenas cuya existencia es casi exclusivamente subjetiva. Si bien el posmodernismo había impregnado el pensamiento progresista a lo largo ya de varias décadas, ahora se daban las condiciones para que éste se rebelase por completo, reclamando un cambio tan profundo, como... indefinido.
Hemos podido ver a lo largo de estos últimos años cómo la economía mundial fue poco a poco mejorando, pero así como este problema se acababa, el progresismo tenía que buscar otros nuevos. El dinero y la bonanza (muy) poco a poco fueron volviendo, pero el odio no se iba. La desidia seguía ahí, y había que buscar un nuevo objeto de revolución, una nueva causa por la cual luchar, un nuevo saliente al que agarrarse para evitar caer en el abismo que suponía la profunda crisis existencial e ideológica a la que nos enfrentábamos.
Poco a poco las luchas progresistas que venían respaldadas por la izquierda racional, se transformaron en luchas que ya no atacaban hacia una desigualdad objetiva y potencialmente problemática para la sociedad, sino que simplemente parecían contener algún tipo de ofensa contra un colectivo históricamente oprimido. Las ideas de Marx se aplicaron ya no a clases económicas claramente diferenciadas en cuanto a privilegios, sino a cualquier tipo de colectivo en la sociedad, colocando en una posición moral superior a la víctima. Con el sutil dato de que dicha condición de víctima, depende de juicios subjetivos.
Síntesis: la dictadura de la ignorancia
Al final, tenemos a una derecha arraigada en valores antiguos, poco innovadora, con miedo de lo que pueda suceder en el mundo dada su difícil situación. Y a una izquierda que, lejos de centrarse en atacar problemas reales de la sociedad, se centra en destilar el odio de cada individuo hacia causas justificadas por la moral propia. Ambos grupos pecan de lo mismo: haber olvidado el uso del raciocinio, del debate sosegado, de la búsqueda de un ideario fuerte y con razones de peso que contenga soluciones a aquellos problemas que denuncian.
... y luego está Internet y las redes sociales. De alguna manera, tenemos a la inmensa mayoría de la población, simplemente odiando. Es tan rocambolesca la polarización social a la que se está llegando por el bajo nivel dialéctico de ambos bandos, que sus argumentarios empiezan a parecerse peligrosamente. La derecha se está radicalizando en su odio contra el progresismo y las ideas igualitaristas, mientras que la izquierda cada vez se centra más en la raza, sexo o sexualidad del invididuo para validar su discurso.
En ambos casos, estamos profundamente jodidos. Ningún lado quiere debatir, ningún lado está dispuesto a hacer concesiones, ningún lado intenta echar mano de la razón para encontrar ya no sólo soluciones, sino problemas reales.
Y aquí me tenéis, alguien de izquierdas, pero totalmente disidente de la corriente actual. Tampoco considero que haya hecho un viraje a la derecha, porque no me parece bien favorecer los profundos niveles de desigualdad a los que ha llegado la sociedad. No quiero tratar a nadie diferente por nada que no sea una creencia voluntaria suya. Sólo quiero que todos convivamos en armonía y cada individuo pueda realizar su vida sin que el resto de la sociedad le pare los pies, y siempre respetando a los demás individuos de ésta. Y creo que la razón, principio de toda ética (diría Kant), es también el primer paso para analizar y resolver aquellas problemáticas que nos alejan de esa visión.
Al final, tenemos a un grueso nada desdeñable de la sociedad, que suelta su poco trabajada opinión sobre cada cosa que sucede, y éstas por supuesto terminan afectando a los partidos a los que se afilian, ya que o se adaptan a su nicho poblacional, o caen en el olvido por falta de votos. Es cierto, las masas hemos terminado gobernando, pero a través de la ignorancia y sin premiar en absoluto el cuestionamiento de las cosas.
Volviendo a citar al bueno de Ortega y Gasset, os diré una cosa a todos: si hay un mal que debemos tratar de eliminar de la sociedad ahora mismo, antes que ninguno otro, éste es la hemiplejía moral que tanta, tanta gente comparte a día de hoy.
Quiero aclarar que hay partes de este texto con las que estoy más de acuerdo que otras, que hay cosas que no me gusta cómo he explicado, y que hay partes en las cuales mi conocimiento es profundametne humilde. Agradeceré muchísimo toda crítica y corrección sobre las cosas dichas, así que por favor, no os cortéis un pelo.
Espero que al menos disfrutáseis de la reflexión, tanto como yo lo hago escribiéndola y compartiéndola con vosotros. Sé que todavía se puede madurar, precisar y en definitiva, mejorar muchísimo, pero bueno.
Un saludo.